Cuando una niña enferma de un cáncer incurable, es natural que sus padres se aferren a cualquier esperanza en busca del milagro. Eso es lo que hicieron los padres de la pequeña Amelia Saunders, diagnosticada de un tumor cerebral particularmente agresivo en febrero pasado. Los médicos intentaron sin éxito operar el tumor, tras lo cual solo quedaba intentar un tratamiento de quimioterapia y radioterapia que podría prolongar la vida de la pequeña, pero que no garantizaba su supervivencia.
Cuando una niña enferma de un cáncer incurable, es habitual que aparezcan carroñeros dispuestos a vender a sus padres el milagro que tan desesperadamente buscan. Como ocurrió en el caso de la pobre Amelia: cuando sus padres estaban evaluando la conveniencia o no de someterla al tratamiento médico, alguien les habló de una clínica especializada en curar el cáncer. Como suele ocurrir, la clínica en cuestión estaba fabulosamente lejos (en Houston, EE.UU.) y sobre todo resultaba fabulosamente cara (200.000 libras esterlinas), pero la familia apeló a la solidaridad de sus vecinos y de todo Reino Unido, y en poco más de dos meses consiguieron el milagro de reunir el dinero. La niña ya había ingresado en la clínica en marzo, para delicia de sus padres, que contaron en su blog el "milagro" del tratamiento de su hija. Hasta la penúltima entrada de la crónica refleja el optimismo con el que los padres afrontaban la situación, explicando que
We've had some really good news - Amelia's tumour appears to have cysts forming inside the tumour itself, which is indicative of the cancer cells breaking down inside. Although early days, it is one of the first pieces of positive news we've had on our long journey. Thankfully, our efforts seem to be finally paying off. You can continue to follow our progress via our Facebook site which we update several times a week.
Pero pocos días después informaban de que la salud de la niña se estaba deteriorando rápidamente. Lo que no recogen aún es la noticia, fechada el 6 de enero, de la muerte de la pequeña Amelia.
El tratamiento milagroso que recibió Amelia fue el que inventó en su día Stanislaw Burzynski, un médico norteamericano que desde hace treinta y cinco años intenta (sin éxito) demostrar la eficacia de sus "antineoplastos", unos compuestos con propiedades que, según el propio Burzynksi y sus corifeos (bueno, y según la Wikipedia en español; si quieren datos y no propaganda pásense por las entradas de la Wikipedia en inglés sobre el individuo de marras y su supuesto tratamiento), son capaces de curar el cáncer. La triste realidad es que el único ensayo riguroso llevado a cabo hasta la fecha acabó con los nueve pacientes muertos y sin mostrar el menor síntoma de regresión de sus tumores, a pesar de lo cual Burzynksi se las ha arreglado para seguir vendiendo sus "antineoplastos" recurriendo a un auténtico fraude de ley: oficialmente no trata a sus pacientes, sino que los enrola en ensayos clínicos de sus mejunjes. De esta manera puede seguir recibiendo a pacientes y someterlos (previo pago) a un tratamiento no autorizado y de eficacia más que dudosa, y de paso presumir de ser el médico que más ensayos clínicos ha realizado en la historia, un dato que sus partidarios se apresuran a resaltar como uno de los méritos que le adornan. Lo que no cuentan es que Burzynski, como pueden suponer, no publica los resultados de estos ensayos, aunque podemos conocer algunos datos a través de los testimonios de sus víctimas.
Víctimas entre las que ahora se cuenta la pequeña Amelia. Cuya muerte, además, será en vano: no será la única que caiga en manos de uno de los muchos Burzynksi de turno, vendedores de tratamientos tan alternativos y hasta jaleados por determinados sectores como absolutamente peligrosos y, en muchos casos, mortales.
Hace un par de días José Manuel López Nicolás se preguntaba en Scientia qué debe hacer un escéptico cuando se topa con un cartelito vendiendo toda clase de terapias de pacotilla. Yo, desde luego, no sé lo que se debe hacer, pero sí que tengo clara una cosa: las Amelia Saunders, las Gloria Thomas, los Luca Monsellato de este mundo merecen que hagamos algo.
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