Pues bastante. Westminster se encuentra muy lejos de Martigny, es cierto, y su catedral no se parece ni por asomo a este antiguo cuartel reconvertido en museo, pero los perros San Bernardo no solo son los mejores amigos de los viajeros perdidos en la montaña, o de los amantes del brandy, o del hombre (y el niño)
Resulta que también son los mejores amigos de Darwin.
Y es que la evolución del perro San Bernardo, impulsada no por la selección natural, sino por la selección artificial de los criadores, es una excelente muestra de cómo una serie de factores externos pueden potenciar el desarrollo o la desaparición de rasgos morfológicos. La historia del perro San Bernardo es todo un curso de Darwinismo acelerado.
Lo cual, para una raza que toma su nombre de un santo, no deja de ser además una deliciosa paradoja, ¿verdad?
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