Si hay un lugar donde las cosas no son nunca lo que parecen es el fabuloso mundo del circo paranormal. Al fin y al cabo, se trata de un mundillo de cartón piedra y guardarropía, en el que la cutreces más pasmosas se nos presentan como si fueran inescrutables misterios misteriosos, y nos intentan vender como "ciencia" (oculta, de vanguardia o incluso "más-allá-de-la-") majaderías que un científico de verdad no suscribiría ni siquiera estando al borde de un coma etílico. Las inocentes niñas de una postal victoriana se transforman en fantasmas sin más prueba que la palabra de un vendedor de misterios, la Luna se llena de ruinas alienígenas simplemente porque un "imbestigador" nos intenta colar un vídeo falso, y basta que alguien le eche un poco de morro a la historia para convertir una silueta de cartón en un ser del Más Allá.
Y claro, los aspectos legales del mundillo no pueden quedarse al margen de ese juego de falsas apariencias.
Pongamos el caso de los adivinos y tarotistas telefónicos", esos "servicios" que nos permiten conocer nuestro futuro gracias a una simple llamada de teléfono. De pago, claro. Básicamente se encuentran regulados en la Orden Ministerial PRE/361/2002 y una serie de resoluciones con las que no les voy a aburrir. Me limitaré a citar solo una, la de 16 de julio de 2002, de la Secretaría de Estado de Telecomunicaciones, que en su apartado segundo. Que, a los efectos que nos interesan, establecen tres categorías: servicios exclusivos para adultos (teléfonos 803), servicios de ocio y entretenimiento (teléfonos 806), y servicios profesionales (teléfonos 807).
Ahora abran ustedes una página cualquiera de la sección de anuncios de una revista de misterios misteriosos y díganme por qué número empiezan los téléfonos de tarotistas, videntes y demás fauna. Exacto: por el 806.
O sea, "servicios de ocio y entretenimiento".
Claro, esto de etiquetar a los tarots telefónicos como "ocio y entretenimiento" (vamos, como un simple pasatiempo) es una ficción que a los organismos públicos encargados de la vigilancia del mercado de telecomunicaciones y a los de protección de los consumidores les viene estupendamente. Para quitarse reclamaciones de encima, por supuesto. ¿Que se ha fiado usted de la predicción de la Pitonisa Fulanita y ha acabado perdiendo el empleo, las amistades y hasta la custodia de los hijos? Pues no haberse tomado en serio lo que no es más que una manera como otra cualquiera de matar el rato. ¿Que ha invertido tal y como le aconsejó el Mago Menganito y ha perdido hasta los empastes de las muelas? Pues hombre, ¿es que no se fijó que el 803 de marras es un simple "servicio de ocio y entretenimiento"? ¿Que su matrimonio se ha ido a hacer gárgaras porque el Vidente Zutanito le dijo que su marido le estaba engañando con la vecina del tercero? Pues la culpa es suya por darle tanta trascendencia a algo que para la legislación vigente es el equivalente telefónico de un crucigrama.
Y si esto pasa con los organismos públicos, con los propietarios de las líneas ya ni les cuento. La Ley no solo les autoriza a poner en marcha los medios para cometer la "estafa" (dicho sea en un sentido no jurídico; ya sabemos que en nuestro país los timos paranormales no son delito), sino que también les proporciona una coartada.
Los únicos que no participan de esta ficción, por lo visto, son los clientes. Según diversas fuentes, la crisis ha disparado el número de consultas a estos servicios de ocio y entretenimiento, la mayoría por motivos económicos y laborales. ¿Qué quieren que les diga? Personalmente me da la impresión de que en época de penurias económicas lo normal es ir menos al cine, comprar menos revistas de cotilleos y, en fin, restringir en lo posible los gastos supérfluos, que son, sobre todo, los de "ocio y entretenimiento". Y si a pesar de ello la gente llama más los tarotistas telefónicos, a lo mejor -digo yo- es porque ellos no los ven como simples pasatiempos, sino como verdaderos servicios que proporcionan conocimientos sobre el presente y consejos para el futuro.
Vamos, que se lo creen.
Lo cual, por cierto, nos lleva a una paradoja más. Si hablan ustedes con los responsables de alguna de estas líneas seguro que le reconocerán que en el mundillo hay mucho timador suelto (ellos no, claro) y mucho sinvergüenza (no, ellos tampoco). Pero resulta que, hasta la fecha, la única entidad que ha pedido mayor protección para las víctimas de este tipo de fraudes ha sido Círculo Escéptico. Vamos, que hemos sido los malvados escépticos, los que según los vendedores de misterios nos burlamos atrozmente de quienes creen en esas cosas, los únicos que nos hemos movilizado para proteger a los creyentes. Los que viven de contarles milongas, de venderles "servicios de ocio y entretenimiento" y, en fin, de tomarles el pelo, no han movido ni un dedo.
Aunque, ahora que lo pienso, quizá no sea tan paradójico. ¿No les parece?
Seguiremos hablando.
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