Si son ustedes lectores de Amazings.es probablemente recuerden la historia de Richard Halliburton, el tipo que se convirtió en un barco. Pero en julio de 1935 en lo que se transformó fue nada menos que en un conquistador. Aquí lo tienen atravesando el Puerto del Gran San Bernardo, a 2473 metros de altitud, dispuesto no a conquistar Italia, pero sí por lo menos a demostrar que Aníbal también pudo cruzar así los Alpes en el año 218 a.C., a lomos de un elefante.
Lo cual viene a ser algo así como el punto culminante de un error con casi veinte siglos a sus espaldas.
Supongo que todo el mundo conoce, aunque sea a grandes rasgos, la historia de Aníbal, el general cartaginés que al mando de su ejército partió desde Hispania y, cruzando los Alpes, se adentró en Italia, derrotando estrepitosamente a las legiones romanas en dos grandes batallas y quedándose a un paso de conquistar la mismísima ciudad de Roma. Se trataba de una hazaña pasmosa para la época, hasta el punto de que los historiadores de entonces, incluyendo a los romanos, no dudaron en reflejarla con todo lujo de detalles. Habló de ella, por ejemplo, Polibio, hacia mediados del siglo II d.C., y por Tito Livio sabemos que no fue el único, ni mucho menos.
Y que la mayoría habían metido la pata con la geografía.
En la época romana, el que hoy conocemos como Puerto del Gran San Bernardo se llamaba Summus Poeninus, Cumbre penina. Y muchos historiadores, según contaba Tito Livio, pensaron que aquel nombre se debía precisamente al hecho de que pasase por allí Aníbal (que era paenus, es decir, púnico o cartaginés). Livio explicaba que esta ruta no llevaba a territorio de los taurinos, con quienes se enfrentó Aníbal tras el cruce de los Alpes, sino al de los salassos, pero añadía otro argumento igual de sólido: la denominación del puerto no tenía nada que ver ni con Aníbal ni con Cartago, sino con el dios Penino, venerado por las tribus celtas de la zona y al que los romanos, con notable practicidad, asociaron a su propio Júpiter.
De hecho, esto que no vemos en la foto es precisamente el templo de Júpiter Penino que presidía el Puerto, erigido frente al antiguo altar celta.
Y digo “que no vemos” porque los cristianos sustituyeron a su vez a Júpiter Penino por Jesucristo, a quien está consagrada la iglesia del Hospicio que fundó Bernardo de Menthon allá por el año 1050, según algunas fuentes, y en 950, de acuerdo con otras (que no tienen en cuenta que Bernardo nació hacia 1020, aunque claro, siendo un santo, con eso de los milagros...) Y, como dice la frase, desnudaron a un santo para vestir a otro, es decir, desmontaron el templo y el resto de las edificaciones romanas que aún quedaban en pie para aprovechar sus piedras en la construcción del Hospicio. Se ha logrado identificar varias de estas piedras en los cimientos, la cripta o la "quesería" (la bodega subterránea) del Hospicio, además de otros restos reutilizados en diversos lugares de la zona.
El saqueo, sin embargo, no pudo acabar con todo. A pesar de que las edificaciones quedaron reducidas a unos cimientos difíciles de identificar, aún es visible la vía romana, y los arqueólogos han podido recuperar una gran cantidad de objetos de bronce y hierro (excepcionalmente bien conservados gracias al clima extremadamente frío, que congela la humedad impidiendo la oxidación). Entre ellos, numerosas tablillas votivas dedicadas, cómo no, a Júpiter Penino:
El recuerdo del dios romano se conserva también en la toponimia. La zona del Puerto en la que están situados los restos romanos se conoce como Plan de Jupiter, y el pico más alto de los que rodean el paso se llama aún Mont Joux, herencia directa del romano Mons Iovis.
Pero estábamos con Aníbal. Si no pasó por el Gran San Bernardo, ¿por qué es una creencia tan extendida? Aunque la confusión siguió manteniéndose entre historiadores (pocos) y novelistas (muchos), probablemente el mayor responsable sea otro personaje histórico, otro gran conquistador. Este de aquí:
El personaje es, obviamente, Napoleón Bonaparte, y la imagen corresponde a uno de sus retratos más famosos: el que pintó Jacques Louis David en 1801. El cuadro refleja a Napoleón dirigiéndose a la conquista de Italia, para lo cual tuvo que hacer que su ejército cruzara los Alpes en 1800. Y, esta vez sí, por el Gran San Bernardo.
Y el cuadro refleja también la conocida megalomanía de Napoleón. En realidad pasó por el Puerto a lomos de una mula, y haciendo noche en el Hospicio. Pero quiso que le glorificaran al máximo, retratándose a lomos de un brioso corcel y en actitud de heroico guía de sus soldados.
Identificándose, además, con gloriosas figuras del pasado. Si se fijan en la parte inferior izquierda del cuadro verán que las rocas presentan tres inscripciones:
Corresponden a Carlomagno (que sí pasó por el Puerto, aunque de forma bastante más pacífica) el propio Napoleón... y Aníbal.
Años más tarde Napoleón fue derrotado y depuesto, pero gran parte de su obra sigue entre nosotros, y entre ella muchos de los frutos de su propaganda. Recordemos que su carrera política y militar coincide con el desarrollo del romanticismo, y muchos de los elementos épicos y nostálgicos de esa propaganda fueron amplificados por pintores, escultores y escritores de la época.
De modo que ahí tenemos a Halliburton cruzando el Gran San Bernardo en elefante.
O, mejor dicho, en elefanta, porque era una dama. Se llamaba Elysabethe Dalrymple, aunque era familiarmente conocida como Miss Dally, y no lo pasó demasiado bien en el viaje. Tuvo que atravesar algunas dificultades poco comunes en su entorno natural
Y acabó enferma a causa del viaje. Aunque Halliburton y los cronistas de la época aseguraron que el problema había sido el estruendoso recibimiento que le habían preparado las autoridades italianas, lo cierto es que la pobre Miss Dally ya había dado muestras de fatiga durante la subida al Puerto, obligando incluso a Halliburton a apearse en alguna ocasión.
Al parecer, cuando Miss Dally llegó a la cima del Puerto sufría mareos y fatiga provocados probablemente por la altitud y la dureza de la subida. Sin embargo, por lo que tengo entendido consiguió recuperarse y volver a su feliz vida en el zoo de París.
Y después de todo, quizá su paso por el Gran San Bernardo no fuera tan traumático. Allí le presentaron a uno de los famosos perros del Hospicio...
...y, aunque nadie lo puede asegurar a ciencia cierta, quizá aquel encuentro acabó en algo más que un cordial saludo ante las cámaras ;-)
Nota: La hazaña de Miss Dally (Halliburton se limitaba a ir encima) puede contemplarse en esta colección de fotos de Raymond Schmid, así como en esta curiosa peliculita de la época, de la que he extraído las imágenes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario