Todos los días los Boletines Oficiales nos obsequian con un buen puñado de leyes nuevas. Una auténtica lluvia de normas europeas, nacionales o autonómicas que, en la mayoría de los casos, resultan perfectamente prescindibles, porque su razón de ser es fundamentalmente el que se note: que se note que hacemos algo con lo de la violencia que sufren las mujeres (aunque no solucionemos el problema), que se note que somos diferentes y nuestro Derecho tiene que ser diferente (aunque en el fondo sea idéntico que el de la Comunidad Autónoma de al lado), que se note que nos ganamos el sueldo en la comisión parlamentaria de turno (aunque la nueva ley no suponga ni la más mínima mejora con respecto a la anterior)...
Y frente a esta diarrea legislativa se encuentra la realidad, que se empeña en seguir su propio curso. De modo que constantemente surgen nuevas realidades sociales que desbordan las normas vigentes, sin que los legisladores, empeñados en exhibir cantidad de nuevas normas, sean capaces de buscar por una vez su calidad y adaptarse a esas nuevas circunstancias.
Eso es más o menos lo que estaba yo pensando esta mañana, al hilo del lanzamiento a bombo y platillo del secretísimo Harry Potter and the Deathly Hallows, ese que sólo estará disponible a partir de esta media noche y que, desde hace unos días, permite contemplar por Internet imágenes como esta:
(Y aclaro: evidentemente no es la única; el autor de la foto no sólo se procuró un ejemplar antes de tiempo -el día 15, según los metadatos de la foto-, sino que tuvo la paciencia de fotografiar el libro entero y subirlo a la red).
Pero miren por donde, resulta que la realidad también me ha atropellado a mí y me ha puesto un ejemplo mejor. Como a estas alturas resulta notorio, el Juez Juan del Olmo ha ordenado el secuestro de la última edición de la revista El Jueves. El Juez actúa a solicitud de la Fiscalía General del Estado, que considera que la ilustración central de la portada de El Jueves es constitutiva de un delito de injurias contra la Corona.
Personalmente considero -y evidentemente no soy ni mucho menos el único- que la interpretación gubernamental es excesiva, y que la ilustración no incurre en semejante delito. Y también considero -y tampoco soy el único, ni mucho menos- que resulta anacrónico que el Código Penal "de la Democracia", como tan rimbombantemente se viene bautizando al texto redactado a principios de los años 90 bajo la dirección de Juan Alberto Belloch, otorgue semejante trato de privilegio no ya a la Monarquía como institución, sino a las personas que la integran.
Todo esto daría para otra entrada. Y dará, porque seguiremos hablando de la libertad de expresión en próximos días en relación con este y otros temas. Pero a lo que íbamos: la orden del Juez del Olmo -que probablemente se verá ampliada en las próximas horas- pretendía evidentemente retirar de la circulación pública la dichosa ilustración. Lo cual podría haber funcionado hace doce años, cuando se aprobó el Código Penal, pero no ahora. En este mundo de Internet, lo único que consiguen este tipo de medidas es justamente lo contrario: la tirada de El Jueves, que es relativamente modesta, se ha visto repentinamente multiplicada por el hecho de que prácticamente todos los medios de comunicación españoles y buena parte de los medios extranjeros se han hecho eco de la noticia... reproduciendo la portada. A los que hay que añadir los centenares o quizá miles de blogs que, para informar sobre el tema, por solidaridad con la revista o, como es mi caso, por las dos cosas, reproducen la portada. Que tienen ustedes aquí, para su solaz y disfrute. O para ni solazarse ni disfrutarla, pero, al menos, para poder juzgarla por sí mismos sin que lo decida el Ministerio de Justicia por ustedes:
El Jueves podría haber llegado a unos pocos cientos de miles de lectores, y eso contando con quienes no compran la revista pero se topan con su portada al llegar al kiosco. Pero ahora, gracias al celo profesional de la Fiscalía General del Estado y del Juez del Olmo, probablemente sean decenas de millones las personas que puedan contemplar la ilustración.
De modo que, como decíamos, aquí tienen ustedes a la realidad atropellando al legislador. O, si lo prefieren, el secuestro de publicaciones puesto al servicio de la libertad de expresión. No será el último caso, ya verán...