Porque ves allí amigo Sancho Pança, donde se descubren treynta, o pocos mas desaforados Gigantes con quien pienso hazer batalla, y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos começaremos a enriquecer, que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios, quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
Que Gigantes, dixo Sancho Pança?
Aquellos que alli ves, respondio su amo, de los braços largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
Mire vuestra merced, respondio Sancho, que aquellos que alli se parecen no son Gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen braços, son las aspas, que bolteadas del viento, hazen andar la piedra del molino.
Hace unos días, como contaban
Luis Alfonso Gámez o
Mauricio-José Schwarz, Juan Manuel de Prada demostró ser un alumno aplicado de las tesis del "Diseño Inteligente", esa corriente creacionista que, disfrazada con bata de laboratorio, intenta hacer pasar por ciencia lo que no es otra cosa que pura y simple fe. Y con el término "aplicado" no me refiero a que sea brillante o especialmente lúcido; simplemente digo que sigue con toda fidelidad el sistema de argumentación de los que día a día se ganan a pulso el adjetivo de "IDiots".
Como muestra nuevamente esta semana, en un artículo titulado "
Incrédulos". Así, cuando dice que
por mucho acopio de información que uno recopilara, nunca podría explicarse por qué el hombre de las cavernas se puso un día a pintar; tampoco podría, por cierto, entender por qué, al salir de las cavernas, se puso de rodillas y empezó a adorar a Dios.
está acudiendo de nuevo al "argumento" creacionista por excelencia: atrincherar a Dios en la ignorancia. Es decir, que como (táchese lo que no proceda)
no hay explicación científica,
o la hay pero él no lo sabe,
o la hay pero no la comprende, no le gusta o no la acepta,
o aun conociéndola y comprendiéndola, afirma que no la hay
acerca de la aparición de las primeras manifestaciones artísticas y religiosas, pues hay que atribuirlas a algún tipo de acción divina.
Se trata de una falacia, por supuesto. Generalmente se la catalogaría como una
llamada a la ignorancia, aunque de un modo menos formal la podríamos calificar como "ignorantio elenchi": lo que sucede es que la premisa (el desconocimiento de la causa de algo) no tiene absolutamente nada que ver con el resultado (que la causa en cuestión sea la acción de un "diseñador inteligente", en este caso). Aunque fuera cierto que no sabemos la causa de la aparición de las primeras manifestaciones artísticas o creencias religiosas (y no es cierto,
algo sí que sabemos -gracias por el vídeo, Manolo-), eso sólo significa exactamente eso mismo, es decir, que lo ignoramos, no que por ello tengamos que atribuirlo a una acción divina, a la intervención evangelizadora de los extraterrestres del Cinturón de Orión, a una
partícula de inspiración impactando en el cerebro de algún primitivo homo sapiens (y homo neanderthalensis, no lo olvidemos) o, en fin, a cualquier otra cosa que se nos ocurra. La ignorancia no es motivo para aceptar, ni siquiera como posibilidad, cualquier explicación, incluyendo las improbables o disparatadas, y lo único que implica es, insisto, sencillamente que no lo sabemos
O quizá habría que decir "que no lo sabemos
aún", que es lo que convierte el "argumento" que emplea Prada en algo incluso contraproducente para lo que intenta defender, porque si algo caracteriza a la ciencia es precisamente que va reduciendo esas pequeñas parcelitas de ignorancia o desconocimiento en las que los creacionistas quieren colocar a Dios. Por emplear otro ejemplo
IDiota, se ha sostenido que el flagelo bacteriano es uno de esos ejemplos de "complejidad irreductible" que la ciencia no puede explicar y en los que, por lo tanto, se apreciaría la huella indubitada del creador divino. Lo cual pudo ser cierto en su momento, pero desde luego
ya no lo es, por mucho que siga habiendo creacionistas que repitan como loritos la misma historia. ¿Se ha reducido Dios cuando la ciencia le ha arrebatado esa parcelita? ¿Se reducirá más cuando se le arrebate otra? Y, teniendo esto en cuenta, ¿no parece razonable suponer que, si se empeñan en mantener como "pruebas" de la existencia de Dios los hechos que la ciencia aún no ha explicado, tan pronto como se encuentre esa explicación naturalista su Diseñador Inteligente puede sufrir el mismo desprestigio que padeció Thor como Dios del Trueno cuando se descubrió la causa de este fenómeno natural?
Para no olvidar, finalmente, otro dato: es cierto que aún hay fenómenos cuyo mecanismo evolutivo desconocemos, "huecos" en la evolución, por así decirlo. Pero en el resto de los casos sí que vamos conociendo esos mecanismos, y son coherentes con la Teoría de la Evolución, de modo que por una elemental aplicación del
principio de parsimonia lo más razonable es esperar que la explicación a esos "misterios" sea también coherente con la evolución. Del mismo modo que si tenemos un puzzle con algunos agujeros lo que podemos esperar es que los rellenen otras piezas del puzzle, puestos a hacer de la ignorancia una bandera lo lógico es aceptar que la respuesta a esos interrogantes también cuadrará con la Teoría de la Evolución.
Pero bueno, estas falacias ya las han explicado mucho mejor que yo. Las que comete Prada, en las entradas de
Magonia o
El retorno de los charlatanes que enlazábamos al principio, y las del Creacionismo y el "Diseño Inteligente" en general en textos tan imprescindibles como el libro de Ernesto Carmena
El creacionismo, ¡vaya timo!.
A lo que íbamos hoy es a la "defensa" que hace Prada de sí mismo y sus creencias en su nuevo artículo. Prada no es tonto, o al menos no lo tengo como tal, y por tanto quizá sabe que su argumentación en favor del "Diseño Inteligente" es tan sólida y defendible como un castillo de cartulina, y probablemente es por eso por lo que ahora ha optado por una línea de defensa mucho más cómoda y, en apariencia, mucho más sostenible: el ataque.
Y digo "en apariencia" porque se queda en eso, en apariencia. Y es que dice Prada que
Vivimos una época extraña. El hombre de nuestro tiempo lee, por ejemplo, el pasaje evangélico de la multiplicación de los panes y los peces y sonríe con suficiencia; pero a continuación coge sus ahorrillos y los pone en manos de un agente de bolsa que le ha prometido devolvérselos en unos pocos meses convertidos en una suma fastuosa. Para refutar el milagro del Evangelio, el hombre de nuestro tiempo argumentará empleando las leyes de la ciencia empírica; para aceptar que sus ahorrillos le depararán una fortuna, recurrirá a abstrusas leyes bursátiles de dudoso cumplimiento. Lo cual nos confirma que los incrédulos suelen ser, precisamente, las personas que más denodadamente creen en aquellas cosas que el sentido común juzga increíbles.
O que
El mismo incrédulo que se burla de la existencia de un cielo donde los justos se están quietecitos, contemplando el rostro de Dios, cree a pies juntillas en la existencia de espectros viajeros que acuden a la llamada de un espiritista.
¿Qué les parece? Desde la "ignoratio elenchi" nuestro amigo Prada se ha pasado con armas y bagajes al empleo del
hombre de paja, acometiendo con fiereza contra unos "incrédulos" de pacotilla. Porque "incrédulos" así, por supuesto, existen, y ya decía Chesterton (a quien cita Prada, haciéndole un flaco favor) aquello de que "cuando los hombres ya no creen en Dios no es que no crean en nada, es que se lo creen todo". Pero generalmente esos creyentes en espectros son precisamente los que más dispuestos están a aceptar cualquier explicación mágica, maravillosa, misteriosa o paranormal, y a huir como de la peste de esa misma "ciencia empírica" que tanto yuyu le da al pobre Prada. Atacando a esos "incrédulos" Prada no está atacando a los científicos, sino a sus propios compañeros de trinchera.
Se acerca más quizá a la verdad cuando dice que
El mismo incrédulo que se carcajea de los enfermos que se confían a la intercesión de un santo está convencido de que vivirá más de cien años, gracias a no sé qué avances de la ingeniería genética que hasta la fecha sólo se han verificado en el ámbito especulativo.
Pero en este caso pisa terreno resbaladizo. Ya se encargó Mauricio José Schwarz de llamar la atención sobre el detalle de las gafas que luce Prada en su rostro, gafas que no debe haber obtenido mediante invocaciones a Santa Lucía, sino que funcionan
gracias a no sé qué avances de la óptica sin los cuales, seguramente, vería menos que un gato de escayola. Y aunque ignoro por completo su historial médico, me atrevería a decir que, como buena parte de las personas de su generación (que así a ojo es también la mía) está vivo no por los resultados prácticos de sus oraciones a los santos, sino gracias a esa misma ciencia materialista de la que tanto abomina, y que probablemente le proporcionó inmunidad contra la polio, la viruela y la tuberculosis, le evitó más de una infección bacteriana a base de administrarle antibióticos, y posiblemente hasta le haya salvado de alguna que otra enfermedad que habría sido mortal en otros tiempos más lejanos, o dejada al simple cuidado y encomienda de las oraciones a los santos. Es más, puestos a apostar estoy seguro de que llegado el caso de que ese ámbito especulativo del que habla se convirtiese en realidad no le haría ascos a vivir cien años aprovechándose de los avances científicos en lugar de confiar su longevidad a los buenos oficios del santo patrón de los longevos, sea quien sea. Santo patrón que, por cierto, seguramente llevará muerto un montón de tiempo; ¿se burlaba Prada de que alguien crea que los espectros acuden a la llamada de los espiritistas, y acepta sin embargo que algunos de ellos acudan en auxilio de un cristiano devoto? ¿No atenta un poquito eso contra el sentido común?
Y eso que, ya que estamos, tampoco el sentido común es muy buena guía, por mucho que Prada lo llame en su auxilio en el párrafo que citábamos más arriba. Si hacemos caso al sentido común, desde luego
La Tierra es plana, los programas de televisión los hace gente pequeñita que vive dentro de los televisores (algo seguramente más aceptable para Prada que cualquier explicación relacionada con la despreciable ciencia materialista), y si usted está leyendo esto es porque he ido hasta su casa para escribirlo sobre la pantalla de su ordenador. Ciertamente, el sentido común también nos dice que las similitudes y el patrimonio genético que el ser humano comparte con otros animales indica la procedencia de antepasados comunes, que cuanto mayor sea esta coincidencia más próximo será el parentesco, y que, en vista de que biológicamente los seres vivos -incluyéndonos a nosotros- estamos compuestos de una larga serie de soluciones de compromiso que van desde lo brillante hasta lo decididamente chapucero, más que de un diseñador inteligente parecemos proceder del ingenio de
Pepe Gotera y Otilio.
Y, en fin, el sentido común nos dice también que una persona culta, leída e inteligente como aparenta ser Prada es ya mayorcito como para escribir estas cosas.
Como vemos, las conclusiones que nos proporciona el sentido común pueden ser en algunos casos escandalosamente erróneas, en otras totalmente acertadas y en otras -bueno, en otra- más o menos dudosas. Así que no tiene mucho sentido que Prada lo invoque de nuevo cuando dice que
Hace algunas semanas publiqué en estas mismas páginas un artículo titulado Creacionismo en el que me atrevía a afirmar –¡oh, réprobo!– que la ciencia nunca podrá refutar la intervención divina en el origen del hombre; y que, en cambio, el mero sentido común nos enseña que ciertos misterios que rodean dicho origen no son explicables a la mera luz de las teorías evolutivas.
Porque precisamente el sentido común a lo que nos lleva, como decíamos antes, es a suponer más que razonablemente que si "las teorías evolutivas" han sabido explicar perfectamente el resto de esos "ciertos misterios", los que quedan probablemente tendrán también una explicación evolutiva y perfectamente natural.
Que no tiene que ver con "refutar la intervención divina en el origen del hombre". La ciencia, como Prada debería saber, no se ocupa de esas cosas. La ciencia nos proporciona una explicación de cómo son las cosas. Su por qué, o incluso el hecho de si hay un por qué, son una cuestión de fe ajena al conocimiento científico.
Salvo que la fe se ponga en el camino de ese conocimiento científico, claro. Porque si Prada y los restantes creacionistas siguen empeñados en mostrar esos "ciertos misterios" que aún permanecen como tales como "pruebas" de esa "intervención divina en el origen del hombre", se pueden encontrar en la misma situación en la que se vio Don Quijote cuando acometió contra aquellos gigantes: la dura realidad se impondrá, y conforme el conocimiento científico vaya desentrañando esos misterios conseguirán precisamente eso que ahora niegan, que la ciencia vaya refutando esa intervención divina tal y como ellos la presentan.
Porque, cachis, lo de los gigantes era muy bonito, pero mira por donde quien tenía razón era Sancho Panza. Justito, justito, como Darwin.
P.S.: En realidad quería haber ilustrado esta entrada con algún vídeo de youtube en el que se pudiera escuchar el "Canta in prato" de Vivaldi, que no tiene nada que ver con el tema, pero que suena parecido a la "cantada de Prada" y además, qué narices, me gusta mucho. Pero no lo he encontrado, así que les dejo con el Quijote, que también me gusta mucho. Y que, para qué negarlo, prefiero con creces a lo poquito que he leído del Prada novelista.