"La operación tridente es una supuesta operación que se llevó a cabo durante el Régimen de Franco para intentar silenciar el fenómeno de las caras".
Esta es la frasecita con la que TNT, en su emisión del pasado día 28 de noviembre de 2005, "resumió" algo así como treinta y seis minutos en los que respondí a una serie de preguntas que me ellos mismos me hicieron. Y digo "resumió", entre comillas, porque la palabra más adecuada no es esa. La palabra más correcta sería, por ejemplo, manipuló. Porque, por ejemplo, mi frase completa era:
"La operación tridente es una supuesta operación que se llevó a cabo durante el Régimen de Franco para intentar silenciar el fenómeno de las caras, y digo supuesta porque la verdad es que hay pocos elementos que permitan sostener en pie esa teoría, que por otra parte ha salido hace muy pocos años".
Que evidentemente dice lo contrario de lo que las tijeras de los montadores de TNT me hicieron decir, ¿no les parece?
Pero vayamos por partes.
La "Operación Tridente"
¿Qué es la llamada "Operación Tridente"? Pues casi con toda seguridad, nada. Vamos, que todo indica que se trata de un invento de determinados vendedores de misterios para darle un aire más "verídico" a todo este asunto.
Según sus, digamos, inventores, la "Operación Tridente" (a la que en lo sucesivo, y para evitar confusiones, denominaremos por sus originalísimas siglas, OT) sería eso que yo decía en la primera parte de la frase que mutiló TNT, una supuesta operación que el Régimen de Franco llevó a cabo para silenciar el fenómeno de las caras. La operación se denominaba "tridente" porque tenía tres puntas de lanza, a saber:
1.- El Gobierno.
2.- La Iglesia.
3.- La prensa.
4.- El grupo dirigido por Jordán Peña.
¿Cómo, que salen cuatro? Bueno, eso es porque los malvadísimos conspiradores pueden agruparse de otra manera. Por ejemplo:
1.- El Gobierno, que controlaba a la prensa y al grupo de Jordán Peña.
2.- La Iglesia.
¿Cómo? ¿Que tampoco salen tres? Pero vamos a ver: si todos podemos ver los estropicios que los paranormalólogos causan a la física, la biología, la arqueología, la historia y, en general, a cualquier disciplina en la que ponen sus manos, ¿qué esperaban? ¿Que las matemáticas salieran de rositas? No me sean detractores y admitanlo: esos cuatro grupos -o dos, como quieran- son los tres pinchos del tridente. Y punto. Lo que pasa es que, a efectos expositivos, los inventores de la operación distinguen tres fases: la intervención de la Iglesia, la que llaman "comisión fantasma", y la intervención gubernamental. Las veremos una por una, pero antes sería bueno que entrásemos un poco en antecedentes.
Vamos a ver. Decíamos que, según los inventores de la OT, el Régimen Franquista estaba preocupadísimo por el fenómeno de Bélmez. Cosa bastante lógica, por otro lado: al fin y al cabo estábamos a finales de 1971 y principios de 1972, época en la que Marruecos empezó a capturar pesqueros españoles e intensificó su reivindicación del Sáhara español, Ceuta y Melilla. La banda ETA también seguía con su escalada criminal, con un secuestro y varios tiroteos, mientras que algún que otro grupo de "luchadores contra el marxismo" se unía a la fiesta. Las tensiones internas en el régimen se intensificaban, con enfrentamientos más o menos abiertos entre quienes procuraban mantenerlo a toda cosa y los partidarios de ir preparando una transición que veían como inevitable y cada vez más próxima. El Tribunal de Orden Público juzgaba a Calvo Serer mientras se iba liquidando poco a poco el diario "Madrid". Los sindicatos, que iban cobrando fuerza, convocaban numerosas huelgas que incluso acabaron en el cierre de algunas fábricas. Y para redondear la cosa, el recién nombrado obispo de Madrid, Vicente Enrique y Tarancón, presidió la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes que inició oficialmente el desmarque de la Iglesia frente al franquismo.
De modo que, a la vista de un panorama tan tranquilo y sosegado, es lógico que Franco y los altos jerarcas del régimen estuviesen cagaítos vivos ante lo que pasaba en Bélmez de la Moraleda, ¿no?
Así que, como digo, montaron el tridente. Y como primera medida, cronológicamente hablando, movilizaron a la Iglesia.
O sea, al cura.
Primer diente: con la iglesia hemos topado.
El párroco de Bélmez en aquel entonces era don Antonio Molina Contreras, y los divulgadores de la teoría, digamos, "tridentina", aseguran que desde un principio el hombre se dedicaba a negar el fenómeno y a sugerir a sus feligreses que no visitasen la casa de las caras. Acusaciones que coinciden punto por punto, y coma por coma, con las que contaba el diario "Jaén" en su edición de 18 de enero de 1971, y que el propio cura se tomó la molestia de rebatir en una interesante carta publicada por el periódico el 16 de febrero.
Esto último coincide un poco con lo que aseguran los inventores de la OT, que también reconocen que el cura desmiente tajantemente esas acusaciones. Sólo que los imaginativos "investigadores" vienen a decirnos que el desmentido lo hace ahora, y motivado por evidentes presiones. Que la contestación del cura se haya producido nada más que unos días después de publicarse las acusaciones (la carta, aunque publicada en febrero, está fechada el 22 de enero), que ningún otro dato permita acreditar que dichas acusaciones son ciertas -sino todo lo contrario-, y que la redactara justo cuando se supone que habría recibido instrucciones de la jerarquía eclesiástica para negar el fenómeno, son datos suficientes como para poner en entredicho la teoría.
Y hablo de "instrucciones de la jerarquía eclesiástica" porque también se habla de eso, de instrucciones y hasta órdenes que el obispo de Jaén, don Miguel Peinado, habría dado tanto al pobre cura como a don Manuel Rodríguez Rivas, entonces alcalde de Bélmez. Unas instrucciones que como hemos visto el cura se debió saltar a la torera, y que el alcalde, en vista de su conducta, tomó como si nunca hubieran existido. Que es, qué quieren que les diga, lo que parece más probable.
Claro que si el alcalde no estaba dispuesto a hacer caso de la jerarquía eclesiástica, siempre quedaba la jerarquía de verdad. O sea, la civil. Que debería ser el segundo diente, pero como hemos visto, la singular metodología de los "tridentinos" nos coloca antes a la "comisión fantasma". Así que vamos con ella.
Segundo diente: los investigadores díscolos.
El segundo diente de este singular "tridente" lo formarían, como decíamos, los investigadores. Pero no todos los investigadores, por supuesto: sólo los díscolos, aquellos que se atrevieron a denunciar a las caras como un fraude. Para los vendedores de la "operación tridente", Jordán Peña o el doctor Viñas no sólo estaban equivocados, o no investigaron, o mintieron al comunicar los resultados de sus investigaciones, no. Encima, eran unos fascistas y unos vendidos a la dictadura. Y no lo dicen de Juan José Alonso o de Francisco José Valle Fuentes porque aún se las apañan para tergiversar sus análisis, que si no...
En resumidas cuentas, la teoría de la OT sostiene que Jordán Peña y su "Comisión Eridani" fueron enviados a Bélmez por el Gobierno con el fin de desacreditar el fenómeno. En apoyo de esta tesis está, sobre todo, el hecho de que las conclusiones de Jordán Peña fueran que se trataba de un fraude; parece evidente que si Jordán Peña hubiese avalado la "autenticidad de las caras" hoy en día sería una especie de héroe en lugar de un malvado agente del régimen.
Pero en este caso también tenemos datos documentales. Cito textualmente a Iker Jiménez y Lorenzo Fernández Bueno -sí, al final los nombré-, que en su artículo "Las caras de Bélmez son auténticas. Iglesia y Estado, unidos en la mentira", publicado en la revista "Enigmas" (año III, n.º 6) dicen:
"El «descubridor del fraude» dejó escrito en diferentes documentos la existencia de tan importante comisión, pero mintió. La comisión gubernamental jamás existió, como de hecho nos confirmaron los supuestos miembros de la misma. Además, en las actas de la Asociación Eridani del 10 de abril de 1972 -que por aquellas fechas presidía el propio José Luis Jordán Peña- quedaba reflejado que «fue una excursión muy interesante y, en todo caso, los participantes tuvieron la oportunidad e conocerse mejor entre sí». Curiosa forma de calificar una representación ministerial."
Los autores nos aportan unos datos muy curiosos. En primer lugar, su tesis es que la Comisión Eridani tenía como misión desacreditar el fenómeno, pero resulta que, en su afán por desacreditar a Jordán Peña,
ellos mismos nos dicen que ni la Comisión existió realmente, ni desde luego fue comisionada por el gobierno. Entonces, en buena lógica, tendríamos que desechar este diente del tridente, ¿no? Por otra parte, los autores aseguran que el propio Jordán Peña calificó como "una excursión muy interesante" su viaje a Bélmez, hecho que aprovechan tanto para poner nuevamente en duda que realmente realizara su investigación, como para lanzarle otra puyita al pobre Jordán. Y en prueba de ello, reproducen lo que, según el pie de foto, es
"Un acta privada de la Asociación Eridani, presidida por Jordán Peña, refleja que la supuesta «comisión oficial» no fue sino una mera excursión entre amigos."
Lo malo -y no es la primera ni, probablemente, será la última vez que le pase a Iker Jiménez- es que la fotografía permite leer el acta, y resulta que no dice eso.
Como puede comprobarse, el acta refleja una reunión de la Junta Directiva de Eridani, celebrada en efecto el 10 de abril de 1972, en la cual se da cuenta de una serie de actividades de la asociación. Y en ella se habla de "una excursión muy interesante", ciertamente, pero no refiriéndose al viaje a Bélmez, sino a una reunión preparatoria celebrada el 6 de febrero. El viaje a Bélmez, tal como se explica en el párrafo inmediatamente anterior, se produjo los días 19 y 20 de febrero de 1972. Pero esto, insisto, es lo de menos. Lo importante es que si los mismos que aseguran que la Comisión Eridani recibió el encargo gubernamental de desacreditar el fenómeno de Bélmez nos dicen también que la comisión nunca recibió ningún encargo ni existió realmente, la cosa se queda en nada. O en menos que nada, si tenemos en cuenta que para ellos el único investigador realmente comisionado por una autoridad gubernamental -don Germán de Argumosa, que habría recibido el encargo del Gobernador Civil de Jaén, don José Ruiz de Gordoa- no puede calificase precisamente como detractor del fenómeno.
Afortunadamente para los amantes de la ficción -aunque no sea muy buena- nos queda otra comisión: la de don Ángel Viñas. El doctor Viñas fue quien lanzó la hipótesis del nitrato de plata como la sustancia mediante la cual habían sido pintadas las caras, lo que explicaría su misteriosa "aparición" de la nada. Para los "tridentinos", se trata de una falsedad como la copa de un pino. Y llegan a decir que
"Sin embargo, los análisis efectuados en las dependencias del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en 1991 y 1994 tiraban por tierra todo lo dictado por las pruebas supuestamente «científicas» de las comisiones dirigidas por el diario Pueblo y José Luis Jordán Peña. Ni sales de plata, ni cloruro de sodio, ni hollín, ni vinagre... ni tan siquiera rastro alguno de pintura."
Pasmoso, ¿verdad?.
Y más falso que un euro de cartón.
En primer lugar, es discutible que el hecho de que los análisis de 1991 y 1994 no detectasen ni sales de plata ni hollín implique que no se utilizasen en su momento. Todo indica que las caras de Bélmez han tenido varios autores con muy distinta fortuna a la hora de usar los pinceles; ¿por qué no podían utilizar técnicas distintas? La afirmación de Jordán Peña de que "La Pava" fue pintada con hollín y vinagre no puede ser ni demostrada ni desmentida por los análisis de muestras procedentes de otras "caras", y las enviadas al CSIC en 1991 y 1994 fueron tomadas, precisamente, de otras caras.
Y lo mismo podría decirse respecto a las sales de plata, hipótesis que permitió explicar la aparición, supuestamente inexplicable, de algunas de las caras, pero que tampoco tendría por qué ser la técnica empleada en todas ellas, ni mucho menos. Es más que probable que en aquellas que aparecieron, como suele ocurrir con los fenómenos paranormales, cuando nadie estaba mirando, fuesen trazadas utilizando algo mucho más trivial y sencillo, como un buen bote de pintura. Pintura que, por mucho que digan Iker Jiménez y Lorenzo Fernández, sí que apareció en los análisis. Véase, por ejemplo, el comentario que hace al respecto Francisco José Valle Fuentes, uno de los autores del análisis de 1991.
En definitiva; para los "tridentinos", el segundo diente del tridente estaría compuesto por una comisión que según ellos mismos no existió, enviada por el Gobierno pero que en realidad no fue enviada por el Gobierno, y que (junto al equipo del doctor Viñas) tenía como misión desacreditar un fenómeno avalado por Germán de Argumosa, a quien sí que envió el Gobierno. ¿Ven ustedes por algún lado un intento gubernamental de silenciar lo de las caras?
Pues yo tampoco.
El tercer diente: el Gobierno.
En fin, que ya hemos visto que la Iglesia no hizo nada, y que los investigadores gubernamentales, siempre según los "tridentinos", ni eran gubernamentales ni fueron a investigar. Hasta ahora parece que la teoría del tridente no levanta cabeza. Sin embargo, los investigadores insisten en que el régimen deseaba a toda costa echar tierra sobre el fenómeno. Cosa por otro lado perfectamente lógica: como todos sabemos, a las dictaduras no les interesa que el pueblo se distraiga con tonterías como el fútbol, los toros, las apariciones de caras ectoplásmicas y minucias similares, sino que prefieren una sociedad bien despierta y atenta a todo lo que le rodea. En fin...
Así que el régimen de Franco, que según la "teoría tridentina" debía estar formado por tontos de baba, en vista del nulo éxito de sus intentos anteriores, decidió actuar directamente a través del tercer "diente": el propio Gobierno.
Y como primera medida, los jerarcas procedieron a llamar al orden al pobre alcalde. Quien asegura -o al menos eso dicen los "tridentinos", que teniendo en cuenta cómo las gastan vaya usted a saber si es verdad- que le llamó a su despacho nada menos que el ministro de la Gobernación, don Tomás Garicano Goñi, que le dijo algo así como
"TE VAS A ENTERAR, TE VAS A ENTERAR"
Se trataba, en fin, de una orden severísima y unas palabras tajantes. Y además dichas en mayúsculas, lo cual sin duda acojona más. De modo que resulta sorprendente que el alcalde se las pasase por el arco del triunfo, porque no hizo ni caso. Pudiera ser que el alcalde fuese duro de oído, pero no nos consta. Probablemente sea valentía personal, la misma que ya había mostrado unos meses antes, cuando recibió una carta de alguien a quien los inventores del tridente califican nada menos que de "brazo armado" de la operación: un tal Pablo Núñez. Según los partidarios de la OT, y cito textualmente de un mensaje de Iker Jiménez a la lista "escépticos", se trata de
"la carta de Pablo Nuñez Motos , Jefe provincial de administración local, fechada el 26/2/72 , dando anuncio de la concesión del expediente 8700/2/72 para el procesamiento y expulsión del alcalde y equipo del cargo, por negarse Rodriguez Rivas a decir que es un fraude"
Acojonante, ¿verdad? Lo malo es que la cosa se desluce un poco por culpa, precisamente, del pobre Iker Jiménez, que nuevamente comete la insensatez de publicar la carta.
Que, debidamente leída, resulta no ser para tanto.
En primer lugar, porque el tal Pablo Núñez resulta ser, en efecto, Jefe Provincial de Administración Local del Movimiento, sí, pero de la provincia de Segovia, de modo que difícilmente tendría competencia alguna para hacer nada más que intentar asustar al alcalde. Y, como mucho, para proponer al Ministro su destitución, que es de lo que habla la carta. En fin, que como "expediente gubernativo" no es mucho.
Pero se queda en menos aún si reparamos en un pequeño detallito: la carta dice que
"Hoy en el Periódico «YA» página 4 leo cuanto ha ocurrido en ese pueblo sobre el truco del tema de las «CARAS» y que tando ta dado que decir en España e incluso en el extranjero".
Y si nos vamos al "Ya" del día de la fecha (26 de febrero de 1972)
Vemos que lo que contiene en su página cuatro es un demoledor artículo de Antonio Ramos (sí, el mismo autor del primer artículo sobre las caras), titulado nada menos que "El truco publicitario de Bélmez de la Moraleda", y en el que explica con pelos y señales que el "misterio" de las caras es sólo un reclamo publicitario.
Así que, veamos. tenemos un artículo que habla de que las caras son simplemente una farsa orquestada para atraer turismo al pueblo. Y tenemos un señor que, tras leer ese artículo, coge un cabreo de tres pares de narices y escribe al alcalde diciendo que su proceder le parece vergonzoso y que va a pedir su destitución. ¿Lo hace para "silenciar el fenómeno"? ¿Es el "brazo armado de la Operación Tridente"?
¿O simplemente está indignado al ver que todo aquello es un montaje?
Con lo visto hasta ahora pudiera parecer que el tercer diente, al final, también se nos ha quedado en nada. Pero aún hay una agarradera más: y es que, en definitiva, el alcalde sí que fue cesado. Pero si usted es de los que aún creen en la OT, no se ponga tan contento aún. Fue cesado y, como era costumbre entonces, en su lugar se nombró a otro alcalde. En concreto a una alcaldesa, doña Isabel Chamorro. Y aquí es donde el tinglado del tercer diente se nos viene abajo del todo. En teoría, al pobre don Manuel le habían hecho la vida imposible por negarse a declarar públicamente que las caras eran un fraude, ¿verdad? Bueno, pues doña Isabel no sólo no hizo tampoco esa declaración, sino todo lo contrario: frente al discreto silencio de su antecesor, se dedicó a proclamar a los cuatro vientos que las caras eran auténticas. En fin, que si de verdad el régimen persiguió y finalmente destituyó al alcalde para silenciar el fenómeno de las caras, no lo pudo hacer peor.
Hasta aquí lo del "Tridente", más que una terrible operación secreta del régimen, parece cosa de una de las actuaciones de Gila. Pero al menos esto tiene un mínimo de soporte: sabemos que don Manuel Rodríguez y doña Isabel Chamorro fueron alcaldes, y que la carta del señor de Segovia existe. Los demás ingredientes del pastelito, en cambio, son los mismos que los de un merengue si no contamos la clara de huevo y el azúcar. O sea, aire.
Aire por el que se esparció, por ejemplo, un suceso tenebroso del que los investigadores apenas se atreven a hablar: el "Proceso a las Caras". Un hecho desconocido pero que alguno de ellos no duda en echar en cara a los escépticos, como Iker Jiménez en el mensaje citado, que pregunta con tono despectivo hacia su interlocutor y hacia la ortografía:
"¿ Tu no sabes nada del proceso de Malaga del 13/7/75 donde se intento procesar por estafa a todos los implicados y se demostro que no había ninguna culpa?"
Su interlocutor no le contestó, aunque podría haberle dicho que quien parecía no saber nada era él. El "Proceso a las Caras" no fue, como parecería por la frase de Iker, un procedimiento judicial, sino ¡un programa de radio!
En el cual, evidentemente, no se pudo procesar a nadie por estafa. Y en el cual, por cierto, intervino como defensora la señora Chamorro, esa que sustituyó en la alcaldía al señor Rodríguez cuando lo cesaron por negarse a decir que las caras eran falsas.
Y eso no es todo. Los vendedores de la OT, dejándose llevar por el entusiasmo (y probablemente por la idea de que si alguien se ha tragado el rollo hasta aquí, es que es lo suficientemente tonto como para tragarse el resto) nos hablan de una misteriosa misión de la Brigada de Investigación Criminal de la Policía, cuyos agentes habrían realizado una serie de pruebas en la casa de María Gómez, para terminar asegurándole que las caras eran auténticas -signifique esto lo que signifique- y que no tenía por qué preocuparse. Lamentablemente ni la policía sabe nada del asunto, ni los hijos de María Gómez, tan dicharacheros y coloristas al contar a los turistas el anecdotario de la casa, dicen palabra sobre el tema.
Claro que puede ocurrir que les haya pasado lo mismo que con la Guardia Civil, que también investigó lo suyo, no crean. Según los "tridentinos", la Benemérita mantuvo un dispositivo de vigilancia de la casa de las caras desde la casa de enfrente, dispositivo que duró varios meses y del cual María Gómez jamás tuvo noticia. Esto explicaría, como digo, por qué ni ella ni sus hijos mencionan semejante cosa, pero en cambio nos dejaría la duda de cómo es posible que unos guardias civiles se escondiesen al otro lado de una calle de unos tres o cuatro metros de anchura, en un pueblecito en el que se conoce todo el mundo, y permanecieran allí durante varios meses sin que nadie haya sabido nada hasta que lo han inventado, digo "desvelado" los intrépidos investigadores. Porque vamos, como no se disfrazasen de geranios, lo veo francamente difícil.
No hubiese sido difícil, en cambio, poner las dificultades que según los imaginativos investigadores puso el régimen a todo el que quería estudiar o incluso simplemente visitar las caras. Cualquiera que vaya a Bélmez se dará cuenta de que si de verdad se hubiese querido impedir el acceso a las caras hubiese bastado colocar a una pareja de la Guardia Civil a la entrada de la carretera que conduce al pueblo. Y cualquiera con dos dedos de frente, o uno y medio, o incluso uno sólo, se dará cuenta de lo ridículo que es afirmar semejante cosa a la vista de que los investigadores siguieron visitando el pueblo sin problemas para grabar sus psicofonías, hacer sesiones de hipnosis y monerías semejantes, los turistas siguieron acudiendo y dejando sus dineros en la bandejita de "la voluntad", y la prensa siguió informando larga y profusamente sobre las caras.
Que esa es otra.
El "cuarto diente": la prensa.
Y es que, según los "tridentinos", el régimen también obligó a la prensa a que desacreditara el fenómeno.
Algo, reconozcámoslo, que entonces era realmente muy sencillo. Al fin y al cabo, el panorama de la prensa española de la época se prestaba a esas cosas. Existían algunos diarios privados (como "Madrid", "Pueblo" o "ABC"), y otros de diversas entidades más o menos vinculadas al régimen (como "Ya", perteneciente a Acción Católica, o "El Alcázar", de la Hermandad de Excombatientes del Alcázar de Toledo). Pero la inmensa mayoría de los periódicos pertenecían a ese gran emporio llamado "Prensa del Movimiento". De modo que hubiese bastado una sencilla orden del Ministerio para que la mayor parte de los diarios españoles, obedientes ellos, se hubiesen dedicado a desacreditar las caras. Quizá la prensa privada o la que no pertenecía directamente al Movimiento hubiese intentado defender el fenómeno, pero entre lo formidable de la competencia y lo expeditivo de las autoridades a la hora de vigilar la información periodística, poco hubiesen podido hacer.
Pero es que lo que sucedió no fue exactamente eso.
Más bien... más bien todo lo contrario.
A principios de 1972, los únicos medios que expresaban sus dudas ante las caras fueron "El Alcázar" y, más tímidamente, "Ya". En febrero, sin embargo, el diario "Pueblo" (hasta entonces el principal defensor del fenómeno) denunció públicamente que eran un fraude. Y entonces la Prensa del Movimiento, siguiendo fielmente las órdenes del régimen, se lanzó a desacreditar el fenómeno, ¿verdad? Pues no. La Prensa del Movimiento ni se sumó a las tesis del fraude, ni echó siquiera un cerrojazo informativo, ni ná de ná. A lo largo de los meses y años siguientes fueron precisamente los diarios de la Prensa del Movimiento (especialmente "Jaén" y el "Ideal") quienes siguieron defendiendo que las caras eran un genuino fenómeno paranormal. De hecho, conforme se iba desvaneciendo el interés popular por las caras, los únicos medios que seguían hablando del supuesto misterio de Bélmez eran los que pertenecían al régimen. Sí, ese régimen que supuestamente quería silenciar el fenómeno a toda costa.
En fin...
La verdadera "Operación Tridente"
¿Qué nos queda, por tanto, de la "Operación Tridente"? Pues nada en absoluto. El régimen de Franco no sólo no hizo nada por desacreditar o silenciar el fenómeno. De hecho, a la vista de lo que ocurrió, podríamos llegar a pensar lo contrario, que el régimen sí que estuvo interesado en fomentar lo que al fin y al cabo sería un espectáculo circense más con el que entretener los ocios de los ciudadanos. Pero probablemente eso tampoco sea cierto: a pesar de los formidables medios que, de haber querido, el régimen hubiera podido movilizar para promocionar -o suprimir- el interés popular por las caras, la realidad de lo que ocurrió nos demuestra que no hubo nada de eso, y que salvo alguna postura a título individual (tanto a favor como en contra), el franquismo pasó olímpicamente del asunto.
Lo cual no impide que nosotros también podamos ofrecer nuestra tesis sobre la "Operación Tridente". La verdadera. Una operación que persigue mantener el interés por un fenómeno que, en sí, no lo tiene en absoluto. Una operación con la que se pretende dar oxígeno a unas "teleplastias" sobre las que, en otras circunstancias, ya hubiese caído eso tan bonito de "el piadoso manto del olvido". Una operación en la que también hay tres frentes: la prensa, la radio, la televisión y los libros.
¿Cómo? ¿Que también salen cuatro? ¡Por supuesto! ¿Qué creían, que íbamos a ser menos que los vendedores de misterios misteriosos? Pero bueno, bueno. Esquematicémoslo en tres "dientes". Que podrían ser, por ejemplo, Iker Jiménez y Lorenzo Fernández, como creadores de la teoría... y TNT, como difusora de la misma con sus tijeritas mágicas.
Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.