Aboubacar Q. fue detenido en mayo del año pasado tras la denuncia de un empresario que le acusaba de estafarle 39.000 euros con falsas promesas. Al hacerse pública la noticia salieron hasta tres presuntas víctimas más, hombres de negocios de Lleida que reconocieron que acudieron a su consulta para solucionar problemas económicos y personales pero que tras varias consultas no consiguieron nada más que perder más dinero para satisfacer las peticiones del vidente.
Sí, era vidente. De hecho, sigue explicando el artículo,
Según la investigación policial y las declaraciones de los presuntos estafados, tras las primeras visitas el mago iba incrementando la cantidad de dinero que pedía, cuya cifra basaba en datos personales como su edad multiplicada por mil o la fecha de su nacimiento.
A pesar de lo cual
el juez ha dictado el sobreseimiento de la causa argumentando que "sólo hace falta recordar que los denunciantes acudieron al denunciado porque, a través de rituales de magia, solucionara sus problemas económicos y personales", lo que no considera "engaño suficiente". Además, el juez destaca su "condición de empresarios".
La letrada del acusado presentó durante el juicio jurisprudencia del Supremo que considera que "no existe estafa cuando el estafado acude a médiums, magos, poseedores de poderes ocultos o tiradoras de cartas".
No es la primera vez que hablamos aquí de este tema, y me temo que tampoco será la última. Mientras la redacción del artículo 248.1 del Código Penal y su interpretación jurisprudencial sigan siendo las mismas, las víctimas de estos timos paranormales estarán prácticamente indefensas.
Pero eso no quiere decir que no puedan hacer nada.
Este es Pedro Hernández. Lo conocí hace algunas semanas, cuando coincidí con él en el programa de Ana Rosa Quintana precisamente para hablar de esto mismo, de las estafas de los curanderos.
Su historia es un auténtico ejemplo para todos. Comenzó cuando su hijo recién nacido empezó a sufrir crisis epilépticas violentas y a un ritmo devastador: algún día llegaron a contar más de ciento cincuenta. La epilepsia era, además, resistente a los fármacos, y los médicos que le trataban no eran capaces de dar con una solución.
De modo que hizo lo que hacen muchas de las víctimas de este tipo de estafas: acudió a una serie de curanderos y sanadores que le practicaron exorcismos, le proporcionaron brebajes mágicos (que afortunadamente para el niño estaban compuestos simplemente por agua del grifo, aunque su precio, como pueden imaginarse, resultaba mucho más abultado) y llevaron a cabo toda clase de rituales absolutamente inútiles. Pedro llegó a gastarse prácticamente todos sus recursos económicos en esta gentuza, hasta que, tras varios fracasos, decidió buscar ayuda real: estudió la enfermedad, buscó médicos especialistas en ellas, y finalmente encontró un tratamiento quirúrgico que no pudo evitar que el niño sufriese secuelas psíquicas, pero al menos estabilizó su estado.
Pero Pedro hizo algo más: se atrevió a denunciar públicamente a todos aquellos farsantes. En eso mismo consistió su presencia en el programa: en una exposición pública de la manera en que esa gentuza abusó de su situación desesperada y del ansia de cualquier padre por encontrar un remedio, por descabellado que sea, para el problema de su hijo.
Como decía, Pedro es un ejemplo para todos, pero debería serlo especialmente para quienes han sufrido este tipo de engaños. Es cierto que la legislación no les ampara: como mucho podrán recuperar el dinero perdido, tras un proceso lento y largo y con una buena dosis de suerte, pero nada les recompensará de los sinsabores sufridos, y los estafadores no recibirán ningún castigo. Pero pueden ayudar a exponerlos públicamente, para evitar que sigan abusando de la buena fe y la desesperación de otras personas. Pueden contar su caso a los medios de comunicación, o a las asociaciones escépticas (tanto Círculo Escéptico como ARP-SAPC estarán encantadas de ayudarles en la medida de lo posible), o ponerse en contacto con un blog de denuncia de la pseudociencia y la charlatanería. Ni siquiera tienen que dar la cara: Pedro lo hace, pero en otros muchos casos los medios no divulgan el rostro, la voz o los datos de los testigos. O ni siquiera emiten su testimonio, pero se apoyan en él para investigar al estafador y exponer en antena sus métodos. Cualquier cosa ayuda.
La doctrina del Tribunal Supremo sobre las estafas paranormales viene a decir que las víctimas son también parcialmente responsables del engaño en que han caído. Ya comenté en su día las razones por las que no me parece una interpretación correcta, pero sí que es cierto que algo de responsabilidad tienen en los engaños en que caen otras víctimas, porque es su silencio lo que permite que los estafadores sigan haciendo negocio. Y lo seguirán haciendo mientras a Pedro no se le unan más "padres coraje" como él.
¡Bravo! Muy bien escrito. En el caso de Lérida, el juez falló que el engaño era demasiado evidente. Yo me reí del caso en mi blog (mea culpa), pero reconozco que en muchos casos no hace ninguna gracia y es más bien trágico. Es así cuando juega con la salud de las personas, y con su desesperación. Que la justicia no pueda actuar en estos casos (incluso de oficio) encuentro que es aberrante.
ResponderEliminarHe leído (pero no sé si es verdad) que en Inglaterra se ha dado algún juicio contra charlatanes de esta especie. Simplifico, para que se me entienda. Un vidente dice que pasará A; no pasa A; reclamo al vidente porque no ha pasado A. Quizá sea una vía de actuación.
Vuelvo a felicitarte por el artículo.
En alguna ocasión me han comentado que no vale la pena dedicar tanto esfuerzo a luchar contra "esas bobadas", refiriéndose a las pseudociencias y engaños similares. Pero es evidente que son peligrosas, y que muchas personas pueden sufrir mucho por su culpa.
ResponderEliminarMuy buena entrada, por cierto.
Luis, ten en cuenta que la legislación es diferente. Los británicos, al trasponer la Directiva europea sobre prácticas comerciales desleales, incluyeron en su ley la obligación de que los videntes, sanadores y demás adviertan a sus clientes de que sus prácticas carecen de respaldo científico. En España no solo no se ha establecido nada por el estilo, sino que generalmente se considera que este tipo de relaciones son arrendamientos de servicios, en los que no queda garantizado el resultado. Y, como me va a salir un comentario larguísimo, en vez de eso me lo apunto para otro post ;-)
ResponderEliminarNo estoy para nada de acuerdo contigo, mientras que la doctrina del Supremo me parece —¡por una vez!— excelente. Y no porque en estos casos falte el básico elemento del tipo de que se de «engaño bastante» (que también). Pero el motivo básico es otro. Tú dices:
ResponderEliminarMientras la redacción del
artículo 248.1 del Código Penal y
su interpretación jurisprudencial
sigan siendo las mismas, las
víctimas de estos timos
paranormales estarán
prácticamente indefensas.
Pero yo creo que lo contrario sería mucho peor. Imagina que los tribunales obligan a pagar al estafador (cosa con la que estoy esencialmente de acuerdo). El mensaje a la población sería: acudan a curanderos, adivinadores, echadores de cartas, exorcistas y pacoporristas, y si resulta que son estafadores, les haremos pagar.
En este caso el mensaje es muy distinto: si sois tan idiotas de acudir y pagar a gentuza como la antedicha, será por vuestra cuenta y riesgo. Francamente, el único problema para mi de esta doctrina es que no se le de más publicidad, para que la gente sepa a lo que atenerse.
Y ojo, no es que no me conduela de los incautos que acuden a estos estafadores (en sentido coloquial, que no jurídico) movidos por la desesperación. Pero, como ya digo, sería infinitamente peor hacer creer que estos timos no son, por definición, demasiado estúpidos para que una persona razonable caiga en ellos.
Hombre, Monesvol, esa es otra manera de ver el asunto, pero el mismo argumento serviría para despenalizar otro tipo de conductas. Por ejemplo, dentro de nada se va a iniciar la campaña de hurtos playeros, y hay que reconocer que buena parte de la culpa es de los bañistas que se echan al agua dejando en la arena los bolsos (a veces con las llaves del coche y de la casa, dinero para echar gasolina y el DNI para que el chorizo vea bien la dirección del piso que puede limpiar). Pero no por ello vamos a despenalizar la conducta del ladrón, ¿no te parece?
ResponderEliminarNo creo que ambos ejemplos sean comparables, la verdad. Es cierto que hay bañistas imprudentes, pero la situación ideal debería ser que las playas fueran seguras y no que los ciudadanos tuvieran que andar encadenados a sus propios bienes para que no se los robaran.
ResponderEliminarEn el caso de la estafa lo que se protege es, entre otras cosas, la buena fe que debe presidir las relaciones comerciales. Pero si yo digo a alguien que moviendo las manos puedo hacer que llueva oro el engaño es tan burdo que la credulidad del sujeto no merece protección jurídica alguna. Y si digo que imponiéndole las manos voy a curarle un cáncer, es exactamente lo mismo. Quien tenga un mínimo conocimiento del funcionamiento del mundo debería saber que tal cosa no es posible.
La única salida viable, para mi, es suponer —cosa discutible— que el normal raciocinio de la víctima está disminuido por su situación desesperada, y en ese caso, castigar al embaucador por aprovecharse de eso. Lo otro sería castigar también al que dice que va a llover café en el campo, si consigue que alguien le pague por eso.
Entonces estamos mucho más de acuerdo de lo que parece, Monesvol. Lo que yo sostengo es que:
ResponderEliminar- En primer lugar, y como tú dices, muchas veces las víctimas se encuentran en una situación desesperada, y por eso se ponen en manos de esa gentuza. Las sentencias solo suelen reconocer esa disminución de la capacidad de razonamiento en el caso de que exista alguna minusvalía psíquica o enfermedad mental, y se olvidan de otras situaciones anímicas extremas que pueden llevar al mismo resultado.
- Y en segundo lugar, no olvidemos que en la sociedad actual este tipo de charlatanes pueden llegar a gozar incluso de cierto prestigio. Los vemos en programas de televisión, nos dicen que muchos famosos acuden a ellos, y por si fuera poco los Iker Jiménez de turno cuentan que todo eso es cierto. Y, como cuento aquí, hasta la Guardia Civil llega a advertir que "en muchos casos" los videntes "pueden ser estafadores", con lo que es fácil deducir a contrario sensu que en otros no.
El día en que mejore el nivel educativo, los medios sean más responsables con la basura que emiten, y nadie hable de "falsos" videntes o curanderos para que nadie crea que también los hay "verdaderos", la cosa será distinta. Pero hoy por hoy pasa como las playas, que por desgracia no son todo lo seguras que debieran.
Sí que estamos mucho más de acuerdo. En muchas más cosas. Los dos seríamos felicísimos con que los charlatanes que consiguen embaucar a personas honradas acabaran pagando por eso. Pero seríamos mucho más felices si, para empezar, la gente no acudiera a ellos.
ResponderEliminarCreo que con una jurisprudencia como la actual (eso sí, repito, debidamente publicitada) se tiende mucho más a lo segundo que a lo primero. «El Derecho no va a protegerte —se dice a esos mismos ciudadanos—. Ten cuidado donde metes tus eurillos».
Ya en un nivel más «técnico» (y necesariamente más pesado) tengo serias dudas de que una interpretación como la que tú propones se compadezca con los principios de última ratio y fragmentariedad que deben regir el Derecho penal.
Me parece mucho más necesario conseguir que, como en el Reino Unido, se obligue a los propios mentirosos a advertir de que lo que hacen no está avalado más que por su palabra. Tampoco me opondría a posibles consecuencias civiles. Pero me parece que habilitar la vía penal para esto va en contra del objetivo final, y que es evitar que la gente caiga en las garras de los embusteros. Claro que admito que es una opinión discutible.