21 de agosto de 2005

La duda

Casi como de pasada, el Maestro de Marionetas pone en su último post el dedo en la llaga de una de las dudas que más nos acongojan a quienes nos dedicamos a observar el maravilloso mundo del circo paranormal. Y es que muy a menudo, cuando vemos en la tele, escuchamos en la radio o leemos en las revistas una de esas alucinantes investigaciones con las que nos obsequian los magufos, no nos queda más remedio que preguntarnos si el autor está intentando vendernos una moto o de verdad se cree esa barbaridad.

Puede valer cualquier ejemplo. El más divertido que recuerdo ahora es el caso de Joe Barron, el ufólogo que encontró en 1995 una serie de huellas de ovni... en la alfombra de su casa. Pero claro, este es un caso excepcional; lo normal es que los ufólogos no tengan tanta suerte como para que los marcianos les visiten a domicilio, y tengan que ser ellos quienes se desplacen. Como hicieron personajes de la talla de Iker Jiménez o JJ Benítez, quienes estudiaron el escalofriante caso del ovni de Los Villares.

Un suceso realmente espeluznante. Para Benítez, aquel ovni nos dejó un mensaje en el que se se narra nada menos que el Destino de la Humanidad (así, con mayúsculas). Que los marcianos, en vez de aterrizar en la sede de la ONU y entrevistarse con Kofi Annan, decidieran entregar tan trascendente mensaje tomando tierra entre los olivos de un pueblecito de Jaén, grabándolo en una piedra y tirándola por ahí es algo que a nuestro intrépido domador de mirlos no le causa la menor extrañeza. Pero si me apuran aún es más esperpéntico lo del testigo del aterrizaje: entrevistado por Iker Jiménez, el labriego -bueno, su esposa, porque a él le daba vergüenza- explicó que tras el avistamiento le había crecido un tercer testículo. ¿Piensan ustedes que Iker lo llevó a algún laboratorio para que le hicieran una exploración médica? ¿Creen que hizo siquiera la más somera, ejem, exploración táctil de la entrepierna del labrador? Pues no: se lo creyó, y punto redondo. No me negarán que la cosa tiene cojones, y nunca mejor dicho.

Y así podríamos seguir horas y horas, contando aquella ocasión en la que Enrique de Vicente, al ver que James Randi reproducía sin problemas todos los trucos de Uri Geller, especulaba con la posibilidad de que el Asombroso Randi también tuviera poderes paranormales. O cuando Jiménez del Oso aseguraba solemnemente que estaba a punto de entrar en contacto con los ummitas, sin que al parecer le mosquease lo más mínimo el hecho de que los mensajes del planeta Ummo llegasen a sus destinatarios... ¡por correo ordinario! Manuel Carballal todavía tiene que presentarnos aquellas pruebas de que los escépticos cobrábamos de los servicios de inteligencia, pruebas que no debe haber conseguido aún a pesar de ya en aquella época presumía de ser nada menos que asesor del CESID. Y en cuanto a Bruno Cardeñosa... bueno, si aún no conocen la historia del fantasma de cartón, no sé a qué esperan para leerla.

En fin, que como decíamos al ver estas cosas uno se pregunta si de verdad se creen estas cosas o intentan tomarnos el pelo. Porque para creérselas, la verdad, hace falta tener más tragaderas que una boca de metro, y resulta difícil aceptar que tan prestigiosos investigadores acepten sin más unos cuentos que avergonzarían a un niño de tres años.

Pero claro, la alternativa es pensar que no se los creen, y que si nos los cuentan es porque son unos sinvergüenzas que pretenden engañarnos. Y con los tiempos judiciales que corren, Eru nos libre de dudar de la honorabilidad de alguno de estos infatigables perseguidores de la Verdad (que vale, no la han alcanzado todavía, pero es que la tía corre muchísimo).

Así que ya saben: en caso de duda, piensen que lo que ocurre es que los pobrecillos investigadores son más inocentones que un simpatizante de la SEIP. Y si aún así, si al leer alguna de sus historietas sienten la tentación de pensar que para creerse eso hay que tener el coeficiente intelectual de un calamar rebozado, conténganse: piensen que la alternativa es suponer que nos toman por tontos a nosotros.

Y eso no, por favor.

8 comentarios:

  1. Porque para creérselas, la verdad, hace falta tener más tragaderas que una boca de metro, y resulta difícil aceptar que tan prestigiosos investigadores acepten sin más unos cuentos que avergonzarían a un niño de tres años.

    Más tragaderas que una boca de metro o más boca que la foto trucada del Guardia Civil de Bélmez con el bigote hacia abajo.

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  2. Anónimo0:16

    Ja, ja. Muy bueno, me he reído un rato. El enlace de la historia del tercer cojón, que lo habían recuperado hace unas semanas en la lista escépticos:

    http://web.archive.org/web/19991110134253/www.ctv.es/USERS/lacip/misericordia.htm

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  3. Je, no me había dado cuenta de que el artículo aquel andaba por ahí. Voy a colocar el enlace en el post. Muchas zenkius, Gerardo.

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  4. Anónimo1:51

    Que panzada de reir, madre mia, los enlaces no tienen precio.

    El unico fenomeno paraanormal es que haya gente que se lo crea y pague a estos individuos....

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  5. Anónimo23:00

    Nos hubiera gustado ver a Randi desplegando toda su serie de en un laboratorio, como en algunas ocasiones realizó Geller.

    Por cierto, que pensar que los científicos actuantes son tontos, en estos casos como en otros es tener un morro que se lo pisa (el Randi, claro). Y si se lo creen sus escépticos fans, no es por otra cosa que por el bien que realiza a su causa, pero empieza a ser preocupante que durante la experimentación, consideren necesaria y más importante la presencia y juicio crítico de un ilusionista, más que el testimonio de los hombres de ciencia. Francamente, paradigmático.

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