1 de mayo de 2010

Tomás y la Sábana Santa. Acto II: la comisión.

Han pasado algo más de 1300 años desde los acontecimientos del Acto I. Taller de un artesano a las afueras de Troyes (Francia). El fondo de la escena representa de lado a lado una pared. En su parte superior hay una fila de estrechas ventanas, por las que se atisban los tejados de las casas de la ciudad y algún campanario. En la parte inferior, y a lo largo de toda la escena, se ven lienzos de todos los tamaños apoyados de cualquier forma contra el muro. A la derecha del escenario hay una puerta que supuestamente da a la alcoba. A su lado hay una estantería en la que se apilan botes y frascos de todos los colores y tamaños. Inmediatamente a su izquierda hay un gran banco de trabajo repleto de herramientas y cachivaches: martillos, serruchos, cinceles, pinceles y brochas, rollos de pergamino, trozos de tela, etc., etc. En el centro de la escena, una mesa con una silla y un sillón a la izquierda mirando al escenario, y otra silla a la derecha. Sobre la mesa están los restos del almuerzo, una raspa de sardina y un poco de pan. A la izquierda de la escena está la puerta de entrada a la estancia.


ESCENA PRIMERA.

Al abrirse el telón aparece en escena el ARTESANO, caminando de un lado a otro con las manos a la espalda y aspecto muy nervioso. Tiene un inquietante parecido con Carlos Núñez Cortés. Cuando suena un reloj de cuco dando las cinco se pone aún más nervioso.


ARTESANO (hablando consigo mismo mientras camina): ¡Las cinco ya, las cinco! ¡Estarán a punto de llegar! ¡Qué compromiso, qué compromiso...!

Sigue caminando de un lado a otro. De repente se oyen unos golpes. Se detiene, va hacia la puerta y abre.

Entran el ABAD y el CANÓNIGO.

El ABAD es un tipo como de unos cincuenta o sesenta años, alto y delgado, con escaso pelo cano y una marcada tonsura. Sus ojos denotan una inteligencia viva y una voluntad resuelta, lo que confirma la expresión de su ceño y su boca, de labios finos. Su amplia frente está surcada de arrugas, su nariz es recta y bien proporcionada, y en su barbilla amplia y un tanto prognata destaca un hoyuelo igualito igualito que el de Kirk Douglas. El CANÓNIGO es algo más bajo y grueso, con rasgos más juveniles y una espesa mata de cabello negro que le llega hasta los hombros. También está tonsurado. En su cara destaca una gran nariz algo ganchuda, que contrasta con unos ojos pequeños y algo saltones que le dan aspecto de miope. Sus cejas negras, también muy pobladas, unos pómulos salientes y una barbilla huidiza y mal afeitada le dan un aire algo siniestro.

De todos modos estos detalles son indiferentes, porque durante toda la escena llevarán cubierta la capucha del hábito y no se les verá nada de la cara.


ABAD (engolando la voz): Dominus vobiscum.

ARTESANO: ¿Eh? No, gracias, no fumo.

ABAD: Digo que Dominus vobiscum, que el Señor esté contigo.

ARTESANO: No, no ha venido nadie más. Sólo os esperaba a vos y vuestro acompañante.

ABAD (suspirando): Bueno, da igual. Aquí estamos.

ARTESANO: Sí, aquí estáis.

Se hace un corto silencio.

ABAD: Y digo yo que estaríamos más cómodos allá (señalando las sillas).

ARTESANO: ¡Ah, sí, claro! Disculpad mis modales, es que no acostumbro a recibir a tan altos personajes. Pasad, pasad.

(Los conduce hasta la mesa y los asientos. El ABAD se sienta en el sillón, por supuesto, y el CANÓNIGO se sienta en la silla a su lado. El ARTESANO duda un poco y se sienta muy despacio en la otra silla).

ARTESANO: Estooo... Y bien, mi señor Abad, ¿a qué debo este honor?

ABAD: Pues veréis; mi canónigo acaba de volver de un largo viaje, y me refiere que en muchas iglesias y abadías ha visto largas colas de hombres y mujeres...

CANÓNIGO: ...y niños...

ABAD: ...y niños, peregrinando para postrarse ante las reliquias de los grandes santos que allí se custodian. En Censiers, por ejemplo, una multitud oraba ante el frasco que contenía el polvo del desierto que se quedó en las sandalias de San Atanasio cuando se retiró a la vida de anacoreta. En Turny, si no hemos sido mal informados, se conservan y veneran unos gladiolos del jardín de San Focas, y no menos apreciados son los galones de capitán de San Teodoro de Heraclea que se guardan en Champignol. Y en Vesoul, en fin, se nos ha dicho que todos los primeros viernes de mes sale en solemne procesión el barrilito del primer perro que tuvo San Bernardo cuando era joven.

CANÓNIGO: Apenas un chaval.

ABAD (mirando de reojo al CANÓNIGO y volviendo la cabeza hacia el ARTESANO): Muy joven, desde luego. ¿Y bien, artesano? ¿No tenéis nada que decir? Observo que os habéis turbado al escuchar esos nombres...

ARTESANO (que, en efecto, se ha ido poniendo cada vez más nervioso mientras el Abad iba haciendo su relación): Yo... yo... No, mi señor Abad, solo me he sentido algo abrumado al oír los nombres de tan santos varones, y de la boca de alguien no menos santo como sois vos. Yo soy un cristiano sencillo y...

ABAD: ¡Y gaitas! Mi canónigo ha podido averiguar, preguntando en los templos...

CANÓNIGO: ...sobre todo a los monaguillos...

ABAD: ...que todas esas y otras muchas reliquias no han venido de Oriente ni de otras lejanas tierras, sino de este taller.

Se hace un silencio solo interrumpido por el cucú, que inexplicablemente toca las cuatro. Finalmente el ARTESANO, que ha permanecido con la cabeza baja, se arroja a los pies del ABAD.

ARTESANO: Sí, sí, lo confieso. Yo las hice. Pero es que...

ABAD: Pero es que nada. Levantaos, que no vengo aquí a recriminaros, sino a proponeros un negocio.

El ARTESANO, sorprendido, se incorpora. Luego, a un gesto del ABAD, se sienta cuidadosamente en su silla.

ABAD: Como habréis imaginado, semejantes nuevas no me han sorprendido muy gratamente, sobre todo porque en estos tiempos de crisis apenas acuden ya peregrinos a mi abadía. Frente a esta competencia nosotros solo podemos mostrar los huesos de San Sisebuto, que francamente ya no atraen a los peregrinos.

ARTESANO: Es la incredulidad de nuestro tiempo, mi señor Abad. Los jóvenes de hoy en día ya no creen en nada.

ABAD: Sí, eso y además que los huesos son de pollo y no dan el pego.

CANÓNIGO: Hasta un niño se daria cuenta.

ABAD: El caso es que, como comprenderéis, necesitamos alguna nueva reliquia, y hemos pensado que quizá vos podríais proporcionarnos alguna.

ARTESANO: ¡Mi señor Abad! ¡Será un honor! ¡Tengo justo lo que necesitáis! (Se vuelve hacia la mesa, coge con mucha veneración los restos del almuerzo y se los muestra al Abad) ¿Véis? Son nada menos que un trozo de pan y un pescado que sobraron del milagro de los panes y los peces.

ABAD (frunciendo el ceño, aunque con la capucha no se note): Demasiado oloroso.

ARTESANO: Dejadme pensar... ¿Y qué tal un huevo del Espíritu Santo en forma de paloma?

ABAD: Demasiado visto.

ARTESANO: Mmmh... ¡ya sé! Por un módico precio puedo conseguiros un saco de estiércol del huerto del Santo Job.

ABAD: Demasiado visto y demasiado oloroso. No, necesitamos algo más original y si puede ser menos aromático. ¿Qué tal una Sábana Santa? Son la última moda.

ARTESANO: Disculpad, mi señor Abad; ¿una Sábana Santa?

ABAD: Sí, la Sábana en la que fue envuelto el cuerpo de nuestro señor Jesucristo (todos se santiguan) tras ser crucificado y muerto por sus pecados.

ARTESANO: ¿Una sábana? Creía que el Evangelio habla de unas vendas...

CANÓNIGO: ¡Ya estamos con esa chiquillada!

ABAD: ¡Una Sábana! Una Sábana en la que aparezca bien pintado el cuerpo de nuestro señor Jesucristo (todos se santiguan) con los estigmas de la crucifixión. Pensadlo, hombre, ¿cómo íbamos a mostrar la representación de Cristo (todos se santiguan) en unas vendas? ¿Envolviendo con ellas un monigote?

ARTESANO: Está bien, está bien, será una Sábana. ¿Algún género en especial? ¿Algodón, lana, poliéster?

ABAD: Lino. Están importándolo mucho últimamente y los precios están muy bien. Y tampoco está la economía como para muchas alegrías, con esto de la crisis... (Y rápidamente, al ver que el ARTESANO frunce el ceño) Lo cual no quiere decir que no vayáis a ser debidamente recompensado, claro.

ARTESANO: Está bien, mi señor Abad. Dejádmelo a mí.

ABAD: Muy bien. Entonces vendremos la semana que viene a comprobar vuestros progresos.

El ABAD y el CANÓNIGO se levantan y el ARTESANO les acompaña hasta la puerta)

ABAD (volviéndose al ARTESANO) Y recordad: todo es por el bien de nuestra Santa Madre Iglesia.

ARTESANO: Sí, Santa Madre Iglesia, sí, mi señor Abad.

ABAD (marchándose): Hasta dentro de una semana. (Engolando la voz) Dominus vobiscum.

ARTESANO: Ora pro nobis, mi señor Abad.


Cierra la puerta y vuelve hacia el centro de la escena frotándose las manos con nerviosismo

ARTESANO: ¡Una Sábana! ¡Qué compromiso, qué compromiso!

Se deja caer en la silla en la que estaba sentado antes, esta se rompe y el ARTESANO cae al suelo.

TELÓN.



ESCENA SEGUNDA:

El mismo decorado que la escena anterior. En vez de la silla que se rompió ahora hay un taburete de los de barra de bar, con el asiento tapizado en color butano. De extremo a extremo del escenario cuelga una cuerda, y de ella pende, como si estuviera tendida para secar, una sábana en la que aparece un hombre pintado. El ARTESANO está frente a ella, dándole los últimos toques. El cucú da las ocho y, casi al mismo tiempo, llaman a la puerta
.

ARTESANO (dejando la paleta y los pinceles sobre la mesa y acudiendo deprisa a abrir la puerta): ¡Las cinco ya! ¡Ya están aquí otra vez! ¡Qué compromiso, qué compromiso!

Abre la puerta y entran el ABAD y el CANÓNIGO.

ABAD: Dominus vobiscum.

ARTESANO: Y usted que lo vea. Pasad, pasad, señores.

ABAD: ¿Y bien, mi buen artesano? ¿Cómo va nuestro encargo?

ARTESANO: Casi terminado, mi señor Abad. ¡Mirad!

Les muestra la sábana tendida. El ABAD y el CANÓNIGO la contemplan en silencio.

ARTESANO: ¿Y bien, mis señores? ¿Qué os parece?

ABAD: Mmmh... Vamos bien, vamos bien, pero quizá habría que hacerle algún que otro cambio...?

ARTESANO: ¿No os place?

ABAD: Sí, si nos gusta, pero tenemos que hacer unos ajustillos. Por ejemplo el tamaño.

ARTESANO: ¿No os parece bien?

ABAD: Sí, eso está bien, pero no nos cuadra bien en el hueco que tenemos. Veréis, el arquitecto se hizo un lío con las medidas, y nos ha hecho un hueco un poco... oblongo. (Viendo la mirada de pasmo del ARTESANO) que quiere decir más largo que ancho.

ARTESANO: Bueno, la sábana es obl... más larga que ancha. Es de cama camera, casi de matrimonio bien avenido, y...

ABAD: Sí, pero no nos cabe. Tiene que tener 4,4 metros de largo y 1,1 de ancho.

ARTESANO: Pero...

ABAD: No hay peros. Tendréis que hacerla de nuevo.

ARTESANO: Sí, pero ahí caben dos Cristos por lo menos...

El ABAD y el CANÓNIGO se santiguan. Al ARTESANO se le olvida.

ABAD: Pues pintadlo doble, por delante y por detrás. Como si estuviese envuelto en la sábana.

CANÓNIGO: Sí, como si fuera un abrazo amoroso...

ARTESANO: Bueno, está bien. Pero, ¿y el dibujo, qué os parece? (señalándolo con una sonrisa de oreja a oreja).

ABAD: Mmmh... No está mal, no está mal. El trazo es quizá un poco...

CANÓNIGO: Infantil.

ABAD: Sí, infantil, pero no está mal. Pero también habría que hacerle algunos cambios.

ARTESANO: ¿Cuáles?

ABAD: Para empezar, habría que quitarle esas ropas. ¿Quién ha visto un Cristo yacente vestido como para ir a una boda?

ARTESANO: Pero los judíos no enterraban a nadie desnudo. Lo vestían con sus mejores ropajes. Además, si estuviese desnudo y con todas sus vergüenzas al aire...

ABAD: No, eso no. Tened en cuenta que entre los peregrinos que vengan a postrarse ante la reliquia habrá mujeres.

CANÓNIGO: Y niños.

ABAD: Que se tape sus partes con las manos, como hacemos todos... (mirando de reojo al CANÓNIGO) casi todos en las duchas.

ARTESANO: Pero si está tumbado y con los brazos a lo largo del cuerpo, las manos no llegan a taparle nada.

ABAD: Pues alargadle un poco los antebrazos y las manos, hombre. Total, ¿quién se va a dar cuenta?

ARTESANO: Alargar las manos, bien. ¿Alguna cosa más?

ABAD: Pues ahora que lo decís, sí. El pelo y la barba.

ARTESANO: ¡Si no tiene!

ABAD: ¡Exacto! No tiene.

CANÓNIGO: Le da un aspecto aniñado.

ARTESANO: Bueno, mi señor Abad, lo enterraron al modo de los judiós, así que debieron afeitarle.

ABAD: Sí, pero nosotros no somos judíos, ¿verdad? Somos cristianos. ¿No? (mirando fijamente al ARTESANO. Suena de fondo una especie de chisporroteo, como el fuego de una hoguera).

ARTESANO: Estoooo... Sí, claro. Barba y pelo, tomo nota. ¿Largo o corto? ¿Qué tal con un tupé?; siempre me han gustado, porque dan un aspecto...

ABAD (interrumpiéndole): No, nada de fantasías. Id a cualquier iglesia y fijaos en su aspecto. No tenéis más que copiarlo.

ARTESANO: Entendido, copiar peinado.

ABAD: Por lo demás está muy bien...

ARTESANO: Me alegra que lo digáis.

ABAD: Yo creo que vamos por buen camino, sí. ¿Os parece que vengamos dentro de una semana?

ARTESANO (que estaba un tanto perdido en sus pensamientos): ¡Oh, sí, la semana que viene, sí! Esto... ¿qué hago con las almohadas?

ABAD: ¿Las almohadas?

ARTESANO: Sí, claro, las almohadas. Había pensado en hacer dos, una con el Buen Ladrón y otra con el malo. Así podríais colocar una a cada lado y...

ABAD: No, nada de almohadas. Con la sábana bastará.

ARTESANO: Está bien, solo la sábana, sí.

ABAD (marchándose): Y recordad, es todo por el bien de nuestra Santa Madre Iglesia.

ARTESANO: Santa Madre Iglesia, sí, tomo nota.

ABAD (mientras sale por la puerta, engolando la voz): Dominus vobiscum.

ARTESANO: Y força al canut.

Cierra la puerta y vuelve hacia el centro de la habitación paseando nerviosamente.

ARTESANO: ¡Qué compromiso, qué compromiso!

TELÓN.




ESCENA TERCERA:

El mismo decorado, pero ahora de la cuerda cuelga una enorme sábana de 4,4 por 1,1 metros, con una representación bastante convencional de Cristo pintada de frente y de espaldas. El ARTESANO pasea nervioso por la estancia. Llaman a la puerta y, a continuación, mientras el ARTESANO va a abrirla se oye al cucú dando trece toques.


ARTESANO (abriendo la puerta): ¡Bienvenidos, mis señores!

ABAD (entrando, con la correspondiente voz engolada): Dominus vobiscum.

ARTESANO: Sí, ya se nota la primavera. Pasen, pasen y vean.

El ABAD y el CANÓNIGO se quedan contemplando la sábana. El ARTESANO tiene pinta de estar satisfechísimo.

ARTESANO: Ahora sí, ¿eh?

ABAD: Mmmh... Sí, ya nos vamos acercando...

ARTESANO: ¿Eh? ¿Qué?

ABAD: Que ya nos vamos acercando a lo que queremos. La pintura es buena, desde luego...

ARTESANO: Sí, claro.

ABAD: Pero no me convence el tamaño. Nuestro señor Jesucristo (todos se santiguan) os ha quedado un poco pequeño.

CANÓNIGO: Sí, parece casi un crío.

ARTESANO: ¿Pequeño? ¡Pero si mide uno sesenta! ¡Más que yo!

ABAD: Bueno, tampoco es que vos seáis Tatchenko precisamente...

ARTESANO: No, pero las medidas son correctas. Es lo que mide un hombre normal.

ABAD: ¿Queréis decir que nuestro señor Jesucristo (se santiguan todos) era un hombre normal? (Vuelve a sonar el chisporroteo).

ARTESANO: ¡No, no, claro que no!

ABAD: Pues eso. Nuestro señor Jesucristo (se santiguan todos) era un superhombre, algo así como Superman, vamos. Así que tenéis que pintarlo grande.

ARTESANO: Bien, grande. Pero se me van a salir los pies...

ABAD: No. Lo que podéis hacer es juntar un poco más la imagen de frente y la de espaldas.

ARTESANO: Pero entonces nadie se creerá que allí dentro hubo un homb... un superhombre. No cabría.

ABAD: Dejad lo de la credulidad de la gente para quienes entendemos de eso. Vos pintadlo como os digo.

ARTESANO: Muy bien, más grande y más juntitas las imágenes. ¿Algo más?

ABAD (contemplando unos momentos la sábana): Sí, los pies...

ARTESANO: ¿Qué les pasa a los pies?

ABAD: Por delante están bien, pero por detrás no me convencen. No se les ven los agujeros.

ARTESANO: Claro, porque tengo que ponerlos un poco levantados.

ABAD: En vez de eso ponedlos con la planta sobre la sábana.

ARTESANO: Pero... pero... pero... ¡Pero nadie puede doblar los pies así! ¡Eso sería antinatural!

ABAD: Bueno, antinatural, sobrenatural... total, más o menos...

ARTESANO: Es que quedaría muy raro...

ABAD: Hagamos una cosa: pintadle un pie así y vemos cómo queda, ¿de acuerdo?

ARTESANO: Está bien. Más grande, más juntos y un pie doblado. ¿Algo más?

ABAD: Por mi parte creo que nada más. (Mirando al CANÓNIGO, que entre tanto se ha ido acercando a la sábana y está mirando con mucho interés la zona genital del dibujo) ¿Véis algo, hermano canónigo?

CANÓNIGO: Os parecerá una chiquillada, pero...

El ABAD se acerca a ver qué está mirando el CANÓNIGO, se endereza súbitamente y se vuelve hacia el ARTESANO.

ABAD: Los agujeros de las manos.

ARTESANO: ¿Qué les pasa? Son bien redonditos y todo.

ABAD: Que están en las manos.

ARTESANO: Pero mi señor Abad, ¿es que no deben estar ahí? Los Evangelios...

ABAD (levantando la voz): ¡Ya me estáis hartando con que si los Evangelios dicen esto o dicen lo otro! ¿Acaso habéis estudiado en la Sorbona, como yo? ¿Sois vos licenciado en Teología?

ARTESANO: No, no...

ABAD: ¡Pues entonces! Debéis de saber que solo un eclesiástico debidamente formado puede leer los Evangelios y comprender su significado. Y vos no lo sois.

ARTESANO: Entonces, mi buen abad, ¿qué dicen los Evangelios sobre los agujeros?

ABAD (tras dudar un poco): Bueno... que estaban en las manos. Pero no podéis pintarlos ahí.

ARTESANO: ¿Por qué?

ABAD: Porque mirando a través del agujerito se ven las joyas de la corona de nuestro señor Jesucristo (todos se santiguan). Ya sabéis cómo es la gente, y en cuanto vean esto empezarán con chistecitos y tonterías: que si se le va a escapar el pajarito, que si yo la tengo más grande...

CANÓNIGO: Son como niños.

ARTESANO: Y entonces, ¿qué hago?

ABAD: No sé... ponedlos más arriba. En las muñecas, por ejemplo.

ARTESANO: Pero la gente se dará cuenta...

ABAD: Eso dejádnoslo a nosotros. Por lo demás está bien. Espero que la tengáis terminada la semana que viene.

ARTESANO (titubeando): La semana que viene... no va a ser fácil, mi señor Abad.

ABAD: ¿Y por qué?

ARTESANO: Veréis, señor... esta era la única sábana de ese tamaño que tenían los mercaderes de paños en toda la ciudad. Será difícil conseguir otra.

ABAD: Pues sí que es un problema, sí. Yo quería empezar la recaud... las ostensiones el día de San Aquilino...

ARTESANO: No sé qué hacer... yo...

ABAD: ¿Y si borráis la imagen?

ARTESANO: ¿Borrarla? Lo puedo intentar, pero seguramente quedaría algún rastro.

ABAD: Entonces borrad la imagen, dadle la vuelta a la sábana, y pintad por el otro lado. Si queda algún resto del dibujo no pasa nada, porque nadie se va a poner a mirar en la otra cara, ¿verdad?

ARTESANO: Sí, es posible que tengáis razón...

ABAD: Pues nada, ya está todo acordado. Volveremos dentro de una semana a la misma hora. Vámonos, hermano canónigo.

El ABAD y el CANÓNIGO salen por la puerta, pero cuando el ARTESANO llega hasta allí para cerrarla el ABAD asoma la cabeza por ella.

ABAD: ¡Ah! Y Dominus vobiscum.

ARTESANO: Gracias, gracias, igualmente.

El ABAD se marcha y el ARTESANO, tras cerrar la puerta, se sienta en el suelo junto a ella.

ARTESANO: ¡Qué compromiso, qué compromiso!

TELÓN.




ESCENA CUARTA:

El mismo decorado que en escenas anteriores, pero ahora la sábana que hay colgada se parece mucho más a la que conocemos, solo que la pintura no denota los seis siglos de lavados, planchados y plegados que le han dado su aspecto actual. No hay nadie en el escenario. De pronto suena un "cu" y a continuación un gran estrépito. Se abre la puerta de la alcoba y entra en el escenario el ARTESANO con un gran martillo en la mano


ARTESANO: ¡Qué compromiso, qué compromiso! Espero que esta vez les guste, porque ya no sé qué más puedo hacer. (Se detiene en el centro del escenario y contempla la sábana) la verdad es que me ha quedado bastante mona...

Llaman a la puerta. El ARTESANO corre a abrir y entran, como de costumbre, el ABAD y el CANÓNIGO.

ABAD (ya saben, con voz engolada): Dominus vobiscum.

ARTESANO: Sin pecado concebida. Pasad, mis señores, pasad. Creo que esta vez estaréis plenamente satisfechos.

El ABAD y el CANÓNIGO se quedan un momento contemplando la sábana.

ARTESANO: ¿Y bien, mi señor Abad?

ABAD: Casi, casi, perfecto.

ARTESANO (poniendo cara de pánico): ¿Casi?

ABAD: Veréis, el hermano canónigo y yo hemos estado hablando y pensamos que habría que darle un enfoque... digamos... más gore.

ARTESANO: ¿Más gore?

ABAD: Sí, más sádico. Seamos sinceros, esa corona de espinas tan pequeñas no asustaría a nadie.

CANÓNIGO: Ni a un niño.

ABAD: Y harían falta unas cuantas heridas más.

ARTESANO: ¿Más? ¡Pero si ya las tiene todas! ¿Queréis que le pinte otra lanzada en el pecho o qué?

ABAD: No, hombre, no, pero... Mirad, la espalda es muy grande. ¿Por qué no le ponéis más latigazos?

ARTESANO: ¿Más aún? Pero no puede ser, se hubiese muerto antes de llegar a la cruz.

ABAD: Mirad, vos sois un gran artista, sin duda, y entendéis de vuestro oficio. Pero el marketing es cosa nuestra, y creedme, una reliquia tiene que impresionar a la gente. Y nada impresiona tanto como una buena carnicería. Además, no os pido que la rehagáis entera, sólo que pintéis unos cuantos latigazos más y unas cuantas espinas más.

El ARTESANO, con aire resignado, toma su paleta y sus pinceles y se pone a pintar espinas.

ARTESANO Unas cuantas espinas más tarde: ¿Así está bien?

ABAD: Seguid, seguid, no os preocupéis. Nosotros estaremos bien aquí.

El ABAD se sienta en el sillón. El CANÓNIGO, tras vacilar un momento, se sienta en el taburete. Ambos contemplan al ARTESANO mientras este pinta más y más espinas, hasta llenar toda la parte superior de la cabeza.

ARTESANO (Volviéndose hacia el ABAD): ¿Os parece bien así, mi señor Abad? Ya no me caben más espinas.

ABAD: Muy bien, sí. Mmmh... ¿Qué es eso de ahí? (señalando una mancha roja en el pecho de la imagen de la sábana).

ARTESANO: Estooo... Debe ser del bocata de chorizo que cené ayer. Lo borraré enseguida.

ABAD: No, esperad. Eso me da una idea. Lo que realmente necesitamos es sangre.

ARTESANO: ¿Sangre?

ABAD: Sí, sangre. BLOOD. Un montón de sangre.

El ARTESANO abre la boca para decir algo pero recuerda que lo de que los judíos lavaban los cadáveres antes de enterrarlos lo dijo TOMÁS en el Acto I. Además, suena de fondo el chisporroteo de antes y decide callarse. Toma una brocha y un cubo que había por ahí y empieza a llenarlo todo de grandes manchurrones de pintura roja.

ABAD: Así, así. ¿Véis? Queda perfecto. Francamente, artesano, estoy contentísimo con esta sábana.

CANÓNIGO: Como un niño con zapatos nuevos.

De repente suenan varios golpes en la puerta y todos quedan paralizados. Finalmente el ARTESANO reacciona, tapa como puede la sábana con telas viejas, lienzos en desuso y trozos de papel de embalaje de El Corte Inglés, y abre la puerta.

Entra el OBISPO HENRI DE POITIERS, un tipo bastante gordo y fácil de reconocer por su ropa de obispo.

OBISPO (engolando la voz, claro): Dominus vobiscum.

ABAD y CANÓNIGO: Et cum spiritu tuo.

ARTESANO (al mismo tiempo que los otros dos: Morituri te salutant.

OBISPO: A ver, ¿qué pasa aquí?

El ABAD y el CANÓNIGO se miran el uno al otro, mientras el ARTESANO se esconde tras la sábana. Finalmente el ABAD reacciona, se levanta, se acerca al OBISPO, se arrodilla y le besa el anillo.

ABAD: Ilustrísimo y reverendísimo doctor... yo...

OBISPO: Sí, tú. Habla.

ABAD: Yo... ¿De qué queréis que hable, vuestra eminencia?

OBISPO (dirigiéndose a la sábana y destapándola): De esto.

ABAD: Yo... yo...

CANÓNIGO: ¡No es lo que parece!

OBISPO: ¡Silencio! Sí es lo que parece. Estábais tramando mostrar esto como si fuese la mortaja de nuestro señor Jesucristo, ¿eh? (todos se santiguan; el ARTESANO lo hace cinco veces).

ABAD: No, no, yo...

OBISPO: ¡No lo niegues! ¡Tengo pruebas! (Coge de su cintura una bolsa de cuero y derrama sobre la mesa su contenido, un montón de medallitas). Planeábais vender esto a los peregrinos, ¿verdad?

El ABAD baja la cabeza y no dice nada.

OBISPO: Pues para que lo sepáis, me voy a chivar.

Se dirige a la puerta.

OBISPO (volviéndose un momento): dominus vobiscum... pro nonnullus tantum.

El OBISPO se marcha y todos quedan en silencio un momento. Finalmente el ABAD, que seguía arrodillado, se levanta y se sacude el polvo del hábito.

ABAD: Bueno, tendré que escribir a mis contactos entre los Aubert. Con un poco de suerte esto se quedará en una bronca y pronto se olvidará. Estoy seguro de que de aquí a unos años nadie se va a acordar del Obispo Henri, pero la Sábana Santa será conocida y venerada en todo el mundo. Artesano, mañana enviaré a alguien a por ella. Y preparad vuestra cuenta, pero no abuséis, ¿eh?

ARTESANO: Sí, mi señor Abad.

ABAD: Pues hala, hasta luego. Y Dominus vobiscum.

El ABAD y el CANÓNIGO se marchan.

ARTESANO (hacia la puerta): Domo arigato. Se dirige al centro de la estancia y se deja caer en un sillón. Este Abad es tonto. ¿Cómo puede creer que la gente picará en un engaño tan burdo? ¿Y la posteridad, qué pensará de mí? (Cubriéndose la cara con las manos) ¡Qué compromiso, qué compromiso!


TELÓN.

FIN DEL ACTO II.

10 comentarios:

  1. Sencillamente,¡GENIAL!

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  2. ¿Comentar? ...¡Qué compromiso, qué compromisooo!

    Muy educativo, sobretodo para los padres de "los niños"...

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  3. ¡Que bueno!
    ¡¡Que bueno!!
    El texto es magnífico, pero imaginado en boca de Carlos Nuñez Cortés ha sido grandioso.

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  4. Magnífico, pero me temo que debo corregir al artesano cuando dice:

    "ARTESANO: Pero los Evangelios dicen que echaron a suertes sus ropas, así que debió quedarse desnudo. Además, los judíos no enterraban a nadie vestido."

    Los judíos no enterraban a nadie desnudo. En aquella época, además, se enterraba a los muertos con las ropas más suntuosas que podían permitirse lo que, de nuevo, entra en contradicción con la figura de la Sindone ;-)))

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  5. Jajajaja, me he reido con ganas, excelente entrada :P

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  6. Gracias, José Luis. Corrijo ;-)

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  7. "Los judíos no enterraban a nadie desnudo".

    Mucho más sencillo - los judíos no enterraban el cadáver de ningún criminal. Las evidencias históricas más fiables indican que, directamente, los tiraban al vertedero.

    De cualquier manera, es bien probable que el falso de la "sábana santa" se hiciera mediante una técnica intuitiva paralela y antecesora de lo que más tarde se denominara gyotaku. Nada más sencillo que conseguir el cadáver fresco de un condenado a muerte (o incluso hacerlo ejecutar exactamente por el método previsto), llenarlo de latigazos, plantarle una corona de espinas, perforarle manos y pies, darle una lanzada ... y luego envolverlo en un sudario, tenerlo así una semanita ... tirar al vertedero el desecho, y comenzar la lucrativa galopada de mentiras.

    Salud,

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  8. Rigobaldo dixit:

    "Mucho más sencillo - los judíos no enterraban el cadáver de ningún criminal. Las evidencias históricas más fiables indican que, directamente, los tiraban al vertedero."

    Miedo me da la respuesta, pero ¿qué es lo que Vd. llama "evidencias históricas más fiables" y cuáles son las que le permiten mantener su afirmación de que los judíos tiraban los cadáveres de los ejecutados al vertedero?

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  9. Qué se yo, mi estimado escéptico. Lea a Cantarella, o a Barkan. Pero léalos sin miedo, o mejor aún, analizando sus miedos.

    El pensamiento más influyente en el mundo antiguo, no cabe duda, es grecoromano. Si le puede servir como indicio una cita de las Leyes de Platón (837b), las mismas prevén para el condenado por los delitos más graves "matarlo y arrojarlo desnudo en un lugar preestablecido, fuera de la ciudad", tras de lo cual los magistrados lapidaban por purificación el cadáver, después de lo cual "se lleva a los límites del Estado y se arroja insepulto".

    Note que para la mentalidad teocrática imperante, el blasfemo más terrible, el que se declara a sí mismo dios, no sólo merece la condena a muerte, sino que es profundamente impuro. La impureza subsiste tras su muerte, en el cadáver, por lo que arrojarlo al vertedero es tremendamente lógico, siempre desde el punto de vista de la cultura local imperante. Lo que es a todas luces implausible es condenar a muerte a alguien, supliciarlo terriblemente, hacer de él escarnio y mofa, y luego
    permitir que se rindan honores burgueses a los restos mortales. Lo coherente -y en el análisis histórico es preciso buscar la coherencia, no sólo las fuentes, y aquí ambas coinciden- es continuar con el fuerte simbolismo ritual del proceso de castigo sobre el cadáver.

    El punto de vista "ya está muerto, luego no se le hace nada más" es una sobreimpresión forzada de perspectivas post-ilustradas. No ya en la Antigüedad Clásica, sino mucho más recientemente , en el Antiguo Régimen -le sugiero, de paso, Foucault-, dichas prácticas de castigo, elaboradamente simbólicas, se ejecutaban sobre el reo y sobre su cadáver.

    La mejor hipótesis, por coherencia y economía -aunque comprensiblemente repugne a ciertas tradiciones míticas posteriores-, es que los crucificados en el golgotha fuesen arrojados a algún vertedero extramuros, para ser devorados por ratas, perros y aves de carroña.

    Salud,

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  10. Rigobaldo dixit:

    "Note que para la mentalidad teocrática imperante, el blasfemo más terrible, el que se declara a sí mismo dios, no sólo merece la condena a muerte, sino que es profundamente impuro. La impureza subsiste tras su muerte, en el cadáver, por lo que arrojarlo al vertedero es tremendamente lógico, siempre desde el punto de vista de la cultura local imperante."

    Para un judío de la época no había nada más importante que la Ley, para él dictada por el mismo Yahvé. ¿Qué dice ésta al respecto? Vamos al Deutoronomio 21, 22-23 y allí podemos leer esto.
    "Si un hombre, reo de delito capital, ha sido ejecutado, lo colgarás de un árbol. No dejarás que su cadáver pase la noche en el árbol; lo enterrarás el mismo día, porque un colgado es una maldición de Dios. Así no harás impuro el suelo que Yahvé tu Dios te da en herencia."
    En Filón de Alejandría puede encontrar la confirmación de que los judíos pedían los cadáveres de los ejecutados por los romanos para sepultarlos. En el Talmud (tratado Sabbath) la confirmación de que incluso los condenados por blasfemia eran enterrados. Reitero pues la pregunta ¿cuáles son las fuentes de que los judíos (no los griegos ni los romanos) tiraban los cadáveres al vertedero y que se puedan contraponer a todas éstas que dicen justo lo contrario?

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